Las dos cárceles.
Una de las singularidades de esta ópera prima paraguaya, Las herederas, del director Marcelo Martinessi es sin lugar a dudas el rol femenino y el empoderamiento para una sociedad de la que se sostiene una matriz machista. La otra particularidad es haberse llevado dos premios en el 60º Festival de Berlín, dato anómalo tratándose del cine paraguayo, tan poco difundido por el mundo.
Si hubiese que trazar alguna conexión antojadiza con ejemplos argentos el nombre de Lucrecia Martel ocuparía el primer puesto porque si bien Las herederas no alcanza en su intensidad a las películas de la salteña hay un estilo minimalista y un cuidado en el lenguaje y el léxico de los personajes femeninos similar al que puede encontrarse en La ciénaga, por citar el ejemplo más a mano. No obstante, esta coproducción paraguaya tiene su propia voz y estilo para dejar en claro que Marcelo Martinessi es un gran observador del mundo femenino.
Lo que prevalece en esta historia son los distintos vínculos de interdependencia entre mujeres, situación que a veces refleja una relación de dominación implícita que para el caso de Chela, una de las protagonistas del film, representa una cárcel simbólicamente hablando. La otra cárcel ya no simbólica es el espacio a donde envían a su compañera Chiquita, acusada a sus 60 años -edad compartida con Chela- de fraude, sin posibilidad de excarcelación de acuerdo a la ley paraguaya, y donde a pesar del encierro entre barrotes y el contacto con presidiarias más peligrosas que ella no deja de perder esa actitud dominante en un universo muy distinto al de su casa en la que ella mandaba tanto a Chela como a una mucama.
La ausencia de la dueña de casa, heredera de ese lugar atestado de objetos y suntuosidad, además de despertar sospechas en el barrio genera para Chela la chance de escapar de una rutina agobiante y encontrar alternativas para volver a descubrir su cuerpo, su deseo y atreverse a mirar otras mujeres que no son como Chiquita. En ese sentido, los primeros vínculos con “las chicas” llegan desde la interdependencia cuando utilizan el servicio de Chela como chofer al manejar el auto de Chiquita. Las conversaciones que se producen en esos paseos son una de las mejores maneras de construcción de personajes, idiosincrasia, y reflejos culturales bajo el pretexto de lo anecdótico.
La otra virtud de Las herederas es haber explorado el territorio de la temprana vejez, sin recaer en lugares comunes ni edulcoradas versiones sobre los achaques del tiempo, para sumergirse de lleno en las posibilidades del deseo una vez que se rompen las barreras o los barrotes de las cárceles interiores.