Las herederas

Crítica de Rodrigo Seijas - Fancinema

LO LATENTE Y LO PATENTE

La polémica fue la gran característica que acompañó a Las herederas durante su estreno en Paraguay, a partir de la temática en que hace foco, está más justificada por el particular clima social paraguayo, donde hay sectores conservadores que atrasan mínimo un siglo. Esto no deja de ser ciertamente llamativo, teniendo en cuenta que el film se aparta claramente de lo declamatorio, como si no buscara explícitamente la disputa, o al menos esa búsqueda se diera por medios bastante más sutiles de lo esperado.

Es que el film de Marcelo Martinessi hace foco, antes que en el tópico del lesbianismo o las miserias de clase en Paraguay, en sus personajes, naturalizando casi por completo la relación de pareja entre Chela y Chiquita, en crisis a partir de los choques afectivos que tienen entre ambas y de los problemas económicos que están atravesando. Ambas, de distintos modos, son típicos exponentes de una clase media-alta venida a menos pero así decidida a mantener, o al menos pretender su estatus, aún cuando se estén obligadas a ir vendiendo progresivamente sus bienes heredados. Claro que Chiquita es la más extrovertida y Chela bastante más retraída, en un lazo complementario que quizás en el pasado funcionó pero en el presente luce agotado. Cuando la primera va a la cárcel por fraude, la segunda se verá obligada a trabajar, comenzando con su auto a brindar una suerte de “servicio de taxi” para señoras mayores. A partir del momento en que conoce a Angy, una mujer más joven y comunicativa, su mirada interna empieza a cambiar, afectando a la vez sus acciones y posicionamientos externos.

Claro que da para pensar que la Chela que va saliendo a la luz despaciosamente estuvo siempre ahí, latente, aguardando dentro de ella como sujeto inconsciente. Porque Las herederas trabaja con inteligencia las superficies de sus protagonistas, lo que dejan ver y lo que esconden, lo que retacean, lo que quedó obturado en el pasado o el presente, lo que eligen mostrar de a poco, a partir de la comodidad o incomodidad que sienten en el contacto con el otro. Ese abordaje se da a través de una puesta en escena sutil, que no se aferra a un dictamen rígido, que no fuerza la nota, y por eso apela a una mirada lateralizada, casi furtiva para algunos pasajes, o por el contrario, prácticamente subjetiva para determinadas secuencias.

Y en esa lateralidad, en ese seguimiento constante de los cuerpos, los movimientos, los gestos subrepticios, las contemplaciones o los instantes de quietud, la ciudad que es Asunción pasa a ser un personaje más, de reparto podría decirse, pero a la vez decisivo para la trama. Lo social y cultural en Las herederas es un trasfondo, un espacio-tiempo que alterna entre lo explícito e implícito, condicionando la existencia de las protagonistas, que son en sí mismas una muestra de los deseos y vivencias que están presentes por más que las convenciones institucionales lo nieguen. De ahí que el film no necesite remarcar condicionalidades, imposiciones del contexto o la influencia de las diferencias de clase, salvo un par de diálogos que dan la impresión de estar de más. Sin maravillar –aunque en verdad no lo busca-, la película de Martinessi nos da pistas sobre esas tenues separaciones entre lo latente y lo patente, entre lo que dejamos ver y lo que aguarda dentro de nosotros, buscando estallar y salir a la luz.