Película para transformar la mirada
Esta historia de trasfondo amargo, que alcanza lo trágico, lleva a participar de cabriolas circenses en pleno vuelo, tras un último gesto de sensualidad y deseo que se centra en un juego de miradas y en el caprichos de un pantalón.
A cincuenta años de su primer largometraje, Hiroshima Mon Amour, que motivó una vasta y profunda literatura crítica y que hoy figura entre los clásicos de todos los tiempos, Alain Resnais, nacido en Vannes en junio del 22, nos ofrece otra sus más sorprendentes obras, en la que se atreve a proponernos otro relato lúdico en el que campea lo imprevisto y el absurdo y que como su título lo refiere nos lleva a pensar este film, que se ha estrenado esta semana, en aquellos personajes y situaciones que se manifiestan de manera espontánea, alocada, en un medio particularmente ordenado y delineado.
En varios momentos del film se hacen presentes estos planos que descubren entre las losas de cemento de un paisaje urbano un conjunto irregular de estas hierbas, que escapan a todo control y que surgen allí, llegando a modificar una estructurada geografía. En este sentido, cabe partir de aquí para ver de que manera Resnais nos invita, en esta historia de trasfondo amargo y que alcanza lo trágico, a participar de unas cabriolas circenses en pleno vuelo, tras un último gesto de sensualidad y deseo que se centra en un juego de miradas y en los caprichos de un cierre de pantalón que queda atascado.
En la trayectoria de este eximio realizador, que parte de los días de la Nouvelle Vague, junto a sus compañeros de ruta Jacques Rivette, Jean Luc Godard, Francois Truffaut, Agnes Varda y Jacques Demy, entre otros, encontramos algunos títulos que han ido bosquejando este. Nos referimos particularmente a La vida es una novela de 1983, Smoking/No Smoking del 93 y particularmente Yo conozco la canción del 97 y años después esa recreación de una opereta de 1925, en clave humorístico que es En la boca, no, films que, por otra parte, nos llevan a revivir escenas musicales de otras anteriores obras de su autoría.
En Yo conozco la canción, Resnais ponía en escena la quintaesencia del festivo "teatro de boulevard" desde un juego de equívocos y de situaciones azarosas en torno al tema del amor no correspondido. En este film del 97, recurría a un puesta brechtiana con dispositivo de flashback, que evocan medio siglo de la canción francesa, a través de sus intérpretes más populares, tales como Josephine Baker, Jacques Dutronc, Alain Souchon, Gilbert Becaud, Maurice Chevallier, Edith Piaf, Jane Birkin, entre tantos otros. En esta brillante y eufórica comedia que roza el musical, podemos ya localizar algunos aspectos que hoy se pueden seguir en Las hierbas salvajes.
Particularmente en la escena final, Las hierbas salvajes puede llegar a desconcertar; más aún, si tenemos en cuenta el parámetro institucionalizado de cierto cine de hoy, que busca interesadamente efectuar un cierre de equilibrio, que evita espacios en blancos y quiebres. Quizá una de las claves para ingresar este film sea la de "dejarse llevar", como esa voz que funciona como hilo conductor y que nos acerca a situaciones cotidianas que en sí mismo revelan contradicciones: los pasos de la protagonista que conducen a una zapatería preferencial de París, en un aquilatado tiempo de observaciones, que se contraponen con una resolución fugaz; mediando una cartera de mujer, de llamativo color, que se mueve ralentizada en el aire; plano que abrirá la puerta y ventanas a un posible encuentro, sostenido por un latente, aunque adormecido en principio, deseo.
Ingresar al film, dejando a un costado cierta lógica que agenda nuestro periplo cotidiano, tomándole la mano sí a una sonriente locura, (término alejado aquí de toda connotación clínica) y que en este caso está emparentado con los juegos de la ficción.
Esta historia vuelve a decir "dejate llevar", subí a este avión de prueba junto a su desconcertante protagonista, odontóloga, que está a punto de recuperar su billetera, tras un vertiginoso robo; instantes después de adquirir esos preciados zapatos que le salieron al cruce después de una pormenorizada búsqueda.
Cuadro de matrimonio estable, aunque silenciado, vidas de mujeres solteras que esperan desde un rincón de su profesión, confidencias y vacilaciones, rechazos e insistentes llamados, algunas de las situaciones y cuadros que se irán cruzando, con pinceladas de un fluorescente celeste que irá cubriendo los marcos de puertas y ventanas, de la puerta que da a la casa y que descubre un jardín. Y en ese cruce, los por momentos caricaturescos agentes de policía respecto de un hallazgo y de un llamado de atención, ante un hecho, que raya en lo delictivo. Aún aquellas escenas que podrían haber provocado reacciones de angustia encuentran en Resnais, por su lente de acercamiento muy reflexiva, un toque de ironía y de reconocible ternura.
La cámara de Resnais va creando misterio y descubre lo excéntrico, allí donde aparentemente nada ocurre. La posición que elige para recortar esos fragmentos de realidad es la que permite, junto a la música de Mark Snow -el compositor de las bandas sonoras de la trilogía Millenium-, crear determinadas atmósferas. Resnais nos invita a participar con su juego, desde sus propios interrogantes. Las hierbas salvajes convoca y desconcierta, es un film de colorido disfrute si podemos llegar a aceptar esas claves de ingreso para iniciar una partida. Y es pensar al cine como un arte que transforma la mirada.