Amor fou, mon amour
En las últimas dos décadas Alain Resnais abandonó el discurso hermético y aferrado a la importancia literaria de los comienzos de su carrera (Marguerite Duras, Alain Robbe Grillet) para sumergirse en una tónica argumental más leve, agradable y democrática para un espectador no tan acostumbrado a aquellos juegos con el tiempo y el espacio de Hiroshima mon amour y Hace un año en Marienbad.
Dentro de esa vertiente se presenta un amour fou entre un hombre casado, fanático de viejas películas y con un pasado oscuro (extraordinario André Dussollier) y una dentista y piloto de aviones (Sabine Azema), contada a través de los azares y las casualidades, encuentros y desencuentros, que comprenden una historia de amor.
Pero en manos de Resnais, las convenciones narrativas, aun pautadas por la levedad que enmascara el tema de la película, prontamente se destruyen para que Las hierbas salvajes no se transforme en otra esquemática historia de amor. En ese sentido, Resnais utiliza una voz en off que se contradice o que duda de aquello que debería afirmar mostrando las fragilidades humanas de su pareja, pero también, del entorno que rodea a estos amantes imposibles, Es difícil, en este punto, definir a Las hierbas salvajes (basada en la novela de Cristian Gailly) por un género determinado: las situaciones oscilan entre la comedia de situaciones y el drama familiar con la suficiente astucia y elegancia que puede provocar, en determinadas escenas, cierto desconcierto en el espectador. Y, por si fuera poco, Resnais tampoco le teme al ridículo de acuerdo a las decisiones que toma la pareja central, al fin y al cabo, dos personajes que harán lo posible para conocerse de la mejor manera. Ese es el secreto de esta película feliz sobre un amor otoñal: esquivar los lugares comunes de una historia de amor para sumergirse en los enigmas que representa conocer a alguien desconocido. Más que suficiente para un cineasta cerca de cumplir 88 años.