Deconstrucción de una historia de amor
La impronta literaria es la capa que recubre la mínima trama de Las hierbas salvajes, último opus del realizador francés Alain Resnais, donde la presencia de un narrador omnisciente es la clave para entender de qué se trata esta propuesta, inspirada en la novela" El incidente", de Christian Gailly.
El octogenario director (tiene en la actualidad 88 años) parte de una anécdota insignificante: la pérdida de una billetera tras el robo de una cartera. A partir de allí -y siempre avanzando en un terreno especulativo- se las ingenia para tejer las redes narrativas por las cuales unirá a los protagonistas George y Margueritte (André Dussollier y Sabine Azéma). Ambos llevan vidas rutinarias y grises al punto que comparten ese aspecto irremediable sin saberlo pero también la pasión por la aviación que cada uno mantiene intacta como un secreto y hace un tiempo dejaron en el olvido. ¿Podrían dos extraños encontrarse y enamorarse? Ella es piloto matriculada, pese a que se ha dedicado a la odontología y él simplemente un padre de familia, esposo y abuelo a punto de jubilarse tal vez, además de aficionado por la aviación, hobbie que abrazó gracias a su padre.
Pese a que estas coordenadas se abren de una manera lógica en el relato, para el que Resnais despliega una batería de recursos cinematográficos como el desfasaje entre audio e imagen; el plano de la imaginación y el soliloquio; el flashback y la superposición de tiempos, resulta evidente la ambigüedad a partir de la incursión del narrador y de los erráticos rumbos que va tomando el desarrollo de la historia; incluso con la incorporación de una serie de personajes secundarios como el policía (Mathieu Amalric) o la amiga de la protagonista (Emmanuelle Devos), para quienes el director reserva un falso triángulo amoroso por un lado y un inconcluso thriller paranoico por el otro. Tampoco pueden dejarse de lado la aparición permanente de apuntes cinéfilos, revestidos con sutil ironía, en clara referencia al cine hollywoodense y sus “happy endings” forzados.
Quizás uno de los mayores defectos del film consista en la digresión que penetra y avanza de forma constante, generando en muchas ocasiones ciertos huecos narrativos que pese al mecanismo propuesto y al concepto de la fugacidad como eje rector hacen ruido en la cohesión final. No obstante, sin ser una gran obra del director de Conozco la canción, alcanza para tomar contacto con un cine diferente que le exige al espectador mayor compromiso y atención.