Amorosa obsesión
La nueva película del veterano Alain Resnais (87 años) habla del amor y la casualidad.
Las ambigüedades propias del ser humano inundan la pantalla en cada escena de Las hierbas salvajes , la película del jovencísimo Alain Resnais (87 años al presentar este filme en Cannes el año pasado). Así como al director de Hiroshima mon amour le gusta no repetirse y que sus filmes sean bien distintos entre sí, al adaptar por primera vez en su carrera una novela también se ha permitido, en la misma película, saltar de un género a otro.
Todo comienza con una pérdida y un encuentro. Georges Palet (André Dussollier) es un marido supuestamente feliz, casado hace 30 años con una mujer más joven, que encuentra en el estacionamiento de un shopping un portadocumentos. Es de Marguerite Muir (Sabine Azéma), a quien un ladrón le arrebató la cartera y tras quitarle el dinero, lo arrojó. Georges siente el deseo, primero, de devolver lo encontrado, pero poco a poco sus ansias van in crescendo, hasta transformar el encuentro en una obsesión.
El amor ¿no es en sí una obsesión?, parece preguntarnos Resnais? “Si uno quiere que todas esas cosas funcionen tiene que aceptar, aún a regañadientes, renunciar, ceder. En fin, comprometerse... Finalmente eligió un modelo que se acercaba a lo que quería”, dice una voz en off. No habla de amor. Habla de la elección de Marguerite por un par de zapatos.
Resnais siempre estuvo en la avant garde, por lo que se permite jugar con las imágenes, los colores, los pensamientos (“Todos cometemos errores, es nuestra naturaleza imaginar cosas”) de sus protagonistas. La luz emocional, no realista, del fotógrafo Eric Gautier, la manipulación del tiempo a través de la edición (un rasgo del realizador), todo aúna en un filme que por momentos es comedia de enredos, por otro se asemeja a un thriller y finalmente es una película romántica al viejo estilo del cine francés de los ’50.
Es que, al fin y al cabo, como dice Georges, “después del cine, nada nos sorprende, todo puede ocurrir con total naturalidad”...
Y así es como sus personajes pueden usar pilotos en días de sol, la dentista y aviadora Marguerite puede decir algo y querer manifestar lo contrario, tomar decisiones intempestivas, temer, soñar...
“Uno puede preocuparse sin amar, pero ¿acaso uno puede amar sin preocuparse?”, Georges afirma más que le pregunta a Marguerite. “Sí”, es la desconcertante respuesta de ella. Igual que la pregunta que una niña hace a su madre al final, que descoloca al espectador y permite abrir un abanico de posibilidades sobre su inclusión por parte de Resnais.
Claramente los actores juegan a lo que Resnais les pide y se sienten a sus anchas. Dussollier y Azéma expresan esas ambigüedades que marcábamos al principio. La relación de sus personajes es como esas hierbas salvajes que menciona el título, que crecen en cualquier lugar, sin que medie un motivo aparente. Nada podía hacer pensar que Georges y Marguerite podían conocerse y/o amarse. Pero las hierbas salvajes se abren paso sin motivo, sin razón aparente.
“Si pone algo nuevo en algo viejo, tiene que reemplazarlo todo. Sí, no hay opción. Lo viejo pronto se vuelve insoportable”. Y Georges no habla de las relaciones afectivas.