Bizarro trío con marimbas
Ésta es una película menor, que se hace mayorcita cuando se consideran su origen, su propuesta y sus elementos. Y el resultado, por supuesto. El origen es Guatemala, un país cuya producción cinematográfica siquiera abarca los dedos de una mano: «Sólo de noche vienes», 1966, «El silencio de Neto», 1996, «Gasolina», 2008, y la que ahora vemos, que es del mismo autor de la anterior, un joven que recién está aprendiendo. La propuesta es ver su país a través de unos simpáticos infelices en una especie de documental ficcionado, o más bien ficción documentada. Los elementos, apenas una cámara digital de alta definición, algún apoyo técnico y monetario de México y Francia, tres personas bien elegidas, y muchas ganas.
Esas tres personas están relacionadas con la música. Un hombre grande, que pasó su vida tocando la marimba, melodioso instrumento algo pasado de moda y muy difícil de transportar, un médico de quien huyen los pacientes porque es heavy metal, practicó el satanismo y ahora integra una secta judeo-evangélica, y un joven cantor bueno para nada (sobre todo para cantar), encima drogón y delincuente juvenil en vacaciones. Bien, ahí se juntan el hambre con las ganas de comer, y se forma un trío de fusión inverosímil, donde encima el pibe hace de representante del grupo. Algo así como la unión de un viejo instrumentista de arpa con un baterista de rock pesado y el primo tonto de Pomelo tratando de conseguir los espacios.
Los tres personajes realmente existen, aunque ni locos van a tocar juntos (bueno, locos puede ser), y sus problemas también existen de veras, vale decir, economía degradada, excesivo «tiempo libre», pandilleros barriales, vecinos y colegas de bajo corazón, funcionarios culturales tan amables como ajenos, oportunidades escasas, etc. Pero también existen el sentido de adaptación, la creatividad y buena voluntad para unir lo viejo y lo nuevo, lo ajeno y lo propio, los días malos y la ilusión de los buenos. Incluso, hasta la ilusión de que esa música va a sonar bien.
Lo bueno es que estos tipos se hacen tan queribles, que al final hasta nos parece que va a sonar bien, aunque lo único realmente lindo que apreciamos sea el clásico «Lágrimas de Telma», del maestro Gumersindo Palacios, en marimba sola. Lo bueno también, es que esas sean, prácticamente, las únicas lágrimas que hay en toda la película. De este lado de la pantalla, en cambio, puede haber cierta suma de sonrisas, a veces piadosas, a veces simplemente divertidas, o dolidas, porque, bien mirado, todo esto bien podría ambientarse en ciertos lugares de nuestro propio interior. Son sus intérpretes, don Alfonso Tunché, el Blacko González, miembro del grupo Guerreros del Metal, Víctor Hugo Monterroso, ex habitante de un correccional de menores, y Cesia Godoy, actriz local. Autor, Julio Hernández Cordón. Otro detalle interesante: con esta película hace su presentación entre nosotros una red de pequeñas distribuidoras de cine latinoamericano. Por el momento la integran Argentina (Lat-E), México y Chile, pero cabe suponer que irá creciendo, más o menos como los músicos de esta película.