Hace un par de años, gracias Hernández Cordón, conocimos el cine guatemalteco y la película Gasolina. Este segundo film es una curiosidad bastante agradable. Empieza como si fuera un documental, entrevistando a Don Alfonso, un marimbista. La marimba es un instrumento autóctono de Guatemala, una especie de xilofón de madera con forma de pinball.
Don Alfonso es amenazado de muerte por uno de los clanes mafiosos locales y se escapa con su marimba buscando trabajo. Un día se le ocurre formar una banda Heavy Metal, y recurre a Chiquilín, su sobrino, un joven de corta estatura, vago y bastante torpe, quien le presenta a Blacko, una especie de mezcla entre Ozzy Osborne y Pappo, que ha pasado de ser un satanista un pastor judío evangélico. Las cosas a partir de ese momento no funcionan como desean. El director hace hincapié en el contraste entre Don Alfonso y Blacko, y vamos explorando la personalidad de cada uno.
El problema se da cuando Hernández Cordón prefiere cambiar el punto de vista, y mete como protagonista a Chiquilín. El personaje es querible, y de hecho es el que genera mayor empatía con el espectador, pero no funciona como hilo conductor ni motor narrativo. No se trata de un actor atractivos. Es demasiado torpe y termina cansando.
El film es divertido. Tiene un humor sencillo, sutil, honesto, pero al mismo tiempo bastante surrealista con planos generales fijos y una estética a lo Aki Kaurismaki, donde lo cotidiano se transforma en inusual, lo costumbrista termina siendo casi surrealista. Hay una historia de gángsters que sucede fuera de campo y le aporta una cuota social, acerca de los peligros de las pandillas de Guatemala, pero el director decide no enfatizar en ese aspecto ni cayendo en el típico cuento moral latinoamericano que se quiere ver en el primer mundo.
Acá no hay disparos, no hay peleas, no hay enfrentamientos ni acción. Todo es discursivo, pero permite que los personajes se desenvuelvan con libertad y autonomía, sin depender de efectos alienados de la estética elegida. Absurdo y patetismo, mezclado con una banda sonora bizarra en un contexto costumbrista. Lástima que el ingenio inicial se apaga, se agota y el relato se alarga innecesariamente. La anécdota deja de ser simpática, para volverse redundante y monótona. A pesar de eso, es un film atendible, curioso, que remonta con una gran escena final.