La búsqueda de la propia identidad en un film de Pablo Torre
El drama, el romance y el suspenso, elementos casi siempre presentes en la filmografía de Pablo Torre, vuelven en esta historia sobre Juan, un hombre solitario que en la década del 40 vive en una modesta habitación con la única compañía de una muñeca de porcelana a la que le ha dado alma. Es ventrílocuo y trabaja en los cines de barrio como "número vivo"; allí, en una de esas salas, se encuentra con Ema, con quien tiene un romance que desembocará en un triste epílogo. Pero esta historia vuelve al presente cuando Ema, agonizante, le hablará a su nieta acerca de su abuelo. Esto despertará en Clara, la madre de la niña, el interés por saber más sobre su padre, a quien no conoció, y así iniciará una búsqueda que irá revelando la problematizada existencia de Juan y su devoción por su pobre arte.
Si por momentos el guión de Pablo Torre cae en algún enredado andamiaje, no por ello el realizador supo otorgarle a su historia todo el misterio que había en ese hombre callado (un muy buen trabajo de Jean Pierre Noher) quien casi sin palabras trata de sobrevivir en un micromundo que lo abruma y lo cohíbe.
En su cuarto largometraje, Torre logró retratar un puñado de vidas que luchan por descubrir secretos y verdades, teniendo además como marco un crimen, un acoso policial, la relación de esa pareja y, fundamentalmente, la relación de Juan con una extraña niña que descubre en el superpullman del cine y que lo lleva a un denso universo en el cual la realidad y las fantasías se entremezclan. El clima del film está logrado a través de esos personajes que, entre el pasado y el presente, buscarán conocerse entre sí y otorgar el perdón de viejos resquemores. Se destacan también los trabajos de Ana Celentano, de María Socas, de Wanda Brenner y de Alejandro Awada.