Poco antes de morir su abuela Ema (Ana Celentano), una nieta (Ana) escucha por el audífono de ésta voces que le hablan, las que resulta ser su abuelo desconocido.
Al saber esto, se vuelve a provocar en la madre, Clara (María Socas), de la niña el interés por saber algo sobre su padre, Juan (Jean Pierre Noher), a quien nunca conoció. Cuarenta años atrás, Juan parece que sólo ha compartido su vida con una muñeca de porcelana, a la que le ha dado un alma y un poder sobre él.
En defensa de su pobre creación (la muñeca) ha cometido un crimen... El universo de Juan se irá tornando cada vez más denso. La policía sospecha de él. La realidad y sus alucinaciones se entremezclan, como en un pleno brote psicótico de manera permanente.
Historia contada en dos épocas: una, allá a mediados de los años ’40-50, la otra, en la actualidad.
En la primera, un personaje psicótico (Juan), errado en su propio universo, construye una salida socialmente aceptada para resolver su desequilibrio psíquico, utilizando sus alucinaciones auditivas trabajando como ventrílocuo ¿? Esto no quita que el mismo personaje tenga alucinaciones visuales.
Es contratado por el cine del barrio para realizar su número vivo antes de la proyección de las películas. Allí conoce a Ema, la encargada del guardarropa. Ella se enamora, vaya uno a saber porque, pero él no puede corresponder a ese sentimiento pues toda su libido esta puesta en la muñeca de porcelana. Es casi violado por Ema, y se instala en el cine argentino algo muy común en el cine de Hollywood, “el coito mágico”, esto es que tienen relaciones sexuales una vez y la mujer queda embarazada.
Él nunca sabrá del embarazo.
En la actualidad Ana (Wanda Brenner), la nieta púber, es poseedora de las esas mismas alucinaciones que sufre Juan. Ana que nunca tuvo contacto con ese abuelo, pues ni siquiera sabia de su existencia. Además, su madre Clara nunca supo quien fue su padre.
La narración en ningún momento se decide por instalarse en algún género específico: ¿Es terror, drama, thriller o comedia? Por momentos mueve a risa, pero la mayor parte del tiempo aburre.
Es dable destacar el diseño de arte, la muy buena fotografía, lograda escenografía y vestuario, pues sin necesidad de otros recursos narrativos nos instala en las distintas épocas por las que transita el relato, mientras la música puesta en función de resaltar los distintos momentos resulta muy ampulosa.
Las actuaciones son de orden de la corrección, destacándose en la creación del personaje Jean Pierre Noher. En un nivel apenas por debajo, y en un papel muy secundario, el siempre genial Alejandro Awada como padre de la niña.
Lo que esta en el orden de lo paupérrimo es el maquillaje. La realización abre con un plano donde se la ve a Ema en su lecho de muerte, vieja, pero más que vieja parece una accidentada por el fuego con marcas hechas con marcador indeleble.
El estilo narrativo es cansino, lento, previsible, ni las rupturas temporales con el abuso de los flashbacks la hace despegar y, por si fuera poco, tratando de emular a un cine poético, metafórico por momentos, sin lograrlo. Si a esto le agregamos que además el director da cuenta de ser quien descubre el gen recesivo de las psicosis, podríamos decir que es tan pretenciosa que no sólo apunta al Oscar, sino que además va por el Nobel (de medicina)