VOCES QUE HABLAN Y DICEN TAN POCO
El especial cuidado formal no logra levantar esta pobre película que habla de la culpa de una burguesía con un tono anclado en el pasado.
Pablo Torre pertenece a una familia de creadores, y su filmografía la componen una serie de películas regulares que tributan, de modo directo o indirecto, a esa tradición. Las voces está también asociada en términos estéticos a la filmografía de su padre, Leopoldo Torre Nilsson y de la segunda esposa de este – y su colaboradora creativa – Beatriz Guido. De cierta manera quien vea Las voces encontrará claves que vinculen esta película con el fructífero trabajo de aquella pareja. Claro que entre aquellos filmes y este pasaron más de 50 años. Y se nota. Esta nueva película “atrasa” narrativamente.
Una niña recibe de su abuela a poco de morir, mensajes que hablan de abuelo, un hombre al que nadie conoció. Un audífono que guarda las voces que escuchó alguna vez, es el objeto de esa transferencia íntima que su abuela hace a la pequeña Ana. En paralelo, 50 años atrás, un hombre dotado de un misterio interior que le permite hablar con otras voces, como si fuera un ventrílocuo, vive encerrado con una muñeca a la que ama. Pero por azares nunca muy bien explicados en la historia, terminará dejando a la muñeca por una mujer real. Mujer adulta que será ella real y a la vez una niña imaginada. Esta niña, al igual que la joven Ana, está representada por Wanda Brenner. La niña aquella será misteriosamente, en algún espacio de su inconsciente, recuerdo del deseo de aquella joven imaginada. Y aquel hombre, complejo, siniestro, débil, perverso, será el abuelo desconocido, el padre de una mujer que no se resigna a haber perdido la referencia paterna.
La película recorre ese mismo entramado que habitaban La casa del ángel o La mano en la trampa. El deseo y la culpa, el espacio donde el pasado se oculta y los fantasmas internos lo habitan, la mirada perversa. La aparición de la sexualidad adolescente como trauma.
El guion es un conjunto de escenas que se vinculan sin mucho sentido, las relaciones entre los personajes son arbitrarias, la cuota – interesante – de fantasía no logra articular lo inverosímil del relato y los escenarios sobre determinan una historia mal contada. Por otra parte se nota el escaso trabajo del director con los actores. Las actuaciones tiene registros completamente diversos entre si. La joven Brenner, cuyo debut con semejante protagonismo es más que correcto, permanece en un tono apropiado para su personaje en el pasado, pero la Ana del presente parece perdida en el mundo. Jean Pierre Noher carece de contención y su personaje se desbarranca permanentemente (se nota la falta de contención del director). María Socas hace lo que puede con su personaje, las pésimas escenas que le tocan actuar y los insólitos textos de su personaje.
El especial cuidado formal, en la recreación de escenarios, vestuarios y climas, no logra levantar esta pobre película que habla de la culpa de una burguesía con un tono anclado en el pasado, con una mirada totalmente extraña en el presente y que incluye una memoria falsa, prestada y mal recuperada. La falta de guionistas que aporten creatividad y consistencia a las ideas básicas, la carencia de precisión en la dirección de actores y la falta de un trabajo sobre el ritmo del filme, hacen de estas voces, unos ruidos lejanos que apenas parecen traer palabras.
Como diría un filosófico dirigente sindical de nuestro país, Pablo Torre debería dejar de filmar al menos por dos años.