Bizarra comunicación
A través del audífono de su abuela -que yace en coma en un hospital-, una nena de unos once años llamada Ana escucha la tétrica voz de su abuelo. También dice haber escuchado a su abuela hablarle de aquel hombre a quien su mamá nunca conoció.
En paralelo, a través de una serie de flashbacks, la película narra la historia de ese hombre, un ventrílocuo sin trabajo ni dinero, aferrado a una muñeca cuya voz él cree oir. Tras un incidente en la pensión donde vive, consigue trabajo como “número vivo” en una sala de cine. Su acto consiste en un número de ventriloquía con la deprimente variación de que Juan (Jean Pierre Noher) se interpreta a sí mismo, y al muñeco que no está (o sea, hace como si fuera Mr. Chasman y Chirolita al mismo tiempo). Por alguna razón que parece más desesperación que otra cosa, Ema (Ana Celentano), la encargada del guardarropas, se enamora de él, quien no corresponde ese amor ya que está obsesionado por una nena, producto de sus alucinaciones, y que es igual a su futura y desconocida nieta.
En una trama plagada de inverosimilitudes, hay escenas y diálogos fallidos e injustificados, como la locura del “propietario” de la pensión, y las cosas que le dice la nena a Juan, más cerca de la pedofilia que de ningún tipo de ternura. Así, el espectador va perdiendo el interés en una historia que se hunde en el ridículo.
Las actuaciones en general son insulsas, la nena (Wanda Brenner) es bastante inexpresiva, y Noher, si bien da perfecto con la imagen de perdedor, tampoco llega a transmitir la variedad de emociones y estados mentales que se supone que atraviesa su personaje. Los que se destacan son María Socas, la única en el elenco que parece tener alma, y Alejandro Awada, aunque su personaje es demasiado breve.
El clima sórdido y opresivo está muy bien logrado, abundan las oscuridades, tanto en los escenarios y vestuario, como en los personajes: nada ni nadie es luminoso. Sin embargo el disparate psicológico no convence, y plantea más cuestionamientos que acercamiento a la intención del director. Pablo Torre elige quedarse en el thriller psicológico, con patologías no muy específicas, bastante confusas a decir verdad y, lo más inexplicable, hereditarias.