La obsesión por la porcelana
Pablo Torre construye Las voces (2012) desde lo más profundo de la psiquis humana y el resultado es una obra maestra que combina suspenso, drama descarnado y romanticismo.
Al conocer el título de esta película, todo parece remitir a un universo espiritista de voces internas, sueños y miedos, pero el film resulta ser mucho más que eso: el amor ligado a la obsesión y la perversión, a la profunda soledad en el alma en una historia que emociona y da escalofríos al mismo tiempo.
Poco antes de morir, Ema (Ana Celentano) le habla a su nieta sobre el abuelo. Esto vuelve a despertar en Clara (María Socas), la madre de la niña, interés por saber algo sobre su padre a quien nunca conoció. Cuarenta años atrás, Juan (Jean Pierre Noher), un ventrílocuo que comparte su vida con una muñeca de porcelana, trabaja como artista de número vivo en un cine. Un crimen, el acoso de la policía, su relación con Ema y con una extraña niña que descubre en el superpullman de la sala, llevan a Juan a un denso universo en el cual la realidad y sus fantasías comienzan a entremezclarse.
Apoyándose en el trabajo de sonido, Pablo Torre le pone voz y dramatismo a la historia de un hombre solitario, agobiado por la depresión más profunda que habita en un pequeño cuarto gris y derruido, en su vida deshecha. Con distintas voces le da la vida a su compañera más fiel, quien siempre lo acompañará y que, al mismo tiempo, lo ayuda a ganarse unas monedas. Una muñeca que él peina todas las noches antes de irse a dormir, un juguete que es convertido en persona debido a la extrema soledad y pena de otra.
El excelente trabajo de Jean Pierre Noher sobre este personaje es revelador. La personalidad de un hombre patológico al que no le atrae ninguna mujer, no conoce de relaciones amorosas y menos de las humanas. Su vida está directamente ligada a la muñeca con la que tiene una conexión más extraña que real. Cuando se dice que las personas se pueden enamorar de los objetos que más les gustan, tiene algo de verdad, y más aun cuando se muestra la desolación y el vacío de Juan al desprenderse físicamente de ella. Un llanto desesperado, un pedido de auxilio y de afecto que lo lleva a oír voces y ver cosas.
Con flashbacks recurrentes y necesarios para hilar los cabos del argumento, la película también cuenta otra historia paralela. La de Ema que se enamora de Juan, la de Clara que busca conocer a su padre, y la de su matrimonio errado y frío que parecería que sólo sigue en pie por su hija casi adolescente.
Así el film va mostrando las caras de una misma moneda. La incomprensión del otro, el amor no correspondido, la gran depresión que supone la pérdida de alguien (o algo) amado y los trastornos mentales que pueden darse como resultado del trauma del despojo, la soledad, el abandono y la miseria emocional.
De una riqueza argumental innegable, la película resulta exquisita también en su estética. Es dueña de ambientes sombríos y esfumados ideales para los temas que toca y que se combinan con lo opaco y “viejo” del vestuario. Las voces cuenta además con personajes sólidos, un hilo coherente y un relato tan atrapante como angustiante.