PEQUEÑO CONFESIONARIO KITSCH
Un grupo de financistas de distintas naciones organizan una de esas cumbres donde se toman decisiones que pueden afectar el curso de la economía mundial. Hay un imaginario construido en el cine, a menudo afirmado por los hechos y a menudo exagerado por la fantasía popular de lo que son estos encuentros en hoteles de lujo con salones blancos infinitos, arañas ostentosas, comunicaciones interoceánicas, trajes y vestidos lujosos y coches negros de escoltas de seguridad. Bueno, Le confessioni no hace ningún esfuerzo por modificar esto, es más, lo abraza y a menudo lo lleva hasta lo paródico sin ningún tipo de destreza narrativa, haciendo que el verosímil se vaya al diablo, en particular cuando se revela el asunto de cierta ecuación matemática.
Nuestro protagonista es un monje italiano de una orden con votos de silencio que se encuentra enredado en el asunto porque el director del FMI, interpretado por Daniel Auteuil, siente la necesidad de hacer una confesión durante la cumbre. Los diálogos se suceden mientras nuestro monje es un testigo silencioso de los hechos hasta que sucede lo impensado: el director aparece muerto con una bolsa en la cabeza.
Lo que era un encuentro pacífico termina convirtiéndose en un thriller de intriga silenciosa donde el halo de sospecha sobrevuela entre todos los presentes, sobre todo por la duda de si fue suicidio o asesinato. Como el último en verlo fue nuestro monje, todas las sospechas y los secretos dichos en la confesión resultan un misterio que no sólo quieren saber los miembros de seguridad sino también los cuadros más importantes que asistieron a la cumbre. El desarrollo de este thriller nos lleva finalmente a resolver el misterio para culminar en un maniqueísmo que no da lugar a ambigüedades, con malos demasiado malos cuya construcción como personajes es la necesaria para poder entregar el mensaje de que sólo los animales (más bien, un perro) y nuestro protagonista tiene algún rasgo humano.
El elenco es redondo, la película es correcta desde el oficio del director e incluso logra entretener si uno la lee en una clave naif, atendiendo más a una fantasía digna de un libro de complots de Dan Brown antes que un thriller político con sus pies en la tierra, como bien se ha visto en la tradición de thrillers políticos de la década del ´70. Sin embargo, uno no deja de entender que la alegoría tiene un trazo grueso que carece de la sutileza de sus actuaciones, en particular el trabajo de Toni Servillo y el mencionado Auteuil.