La fórmula del silencio
Le confessioni (2016) es una película con un elenco de lujo que intenta ser un film de suspenso e intriga pero no termina de redondearse completamente como tal, queda más como un gesto que bordea el thriller y la parodia con la negatividad de tender a una excesiva solemnidad. La película parece solo salvarse por sus buenos actores, pero no se le puede negar su búsqueda constante de una solidez narrativa.
En Alemania se va a dar cita una reunión del G8, los grandes economistas que van a decidir una estrategia económica para el futuro del mundo, empezando por Europa. El organizador y director del Fondo Monetario Internacional, Daniel Roché (Daniel Auteuil), junta a todos en un hotel de lujo entre los que se encuentran tres invitados ajenos a la ocasión: un cantante de rock, una escritora de famosa de libros infantiles y el peculiar e inesperado monje italiano Roberto Salus (Toni Servillo), que mantiene sus costumbres de la edad media, vistiendo su sotana y leyendo y orando a la luz de la vela. Este personaje enigmático es un invitado especial de Roché puesto que este quiere confesarse. Así lo hace pero al amanecer, el confesor Daniel Roché está muerto, suicidado en su habitación. A partir de ese momento, todos los economistas, entran en vilo de saber si el monje sabe de la estrategia que iban a aplicar para el mundo después de este encuentro. Pero si algo caracteriza a los monjes del estilo de Salus, es el silencio y secreto de confesión. El suspenso surge entre todos hasta finalizar la cumbre pues Salus es el único ajeno a la cumbre que sabe el destino trágico que se está decidiendo.
Si uno describe la película dirigida por Roberto Andò empezando por su artificio, es decir, que se trata de personajes encerrados en un espacio determinado del cual no pueden escapar, más aún cuando ha sucedido una muerte y un secreto oral se ha develado, entonces uno recuerda alguna película clásica del mejor Alfred Hitchcock, de Roman Polanski, una de Alejandro Amenábar y, por qué no, una de Luis Buñuel o Quentin Tarantino. Ahí donde los únicos constructores de suspenso e intriga son el espacio y la palabra, será la Residencia-Hotel con sus enormes pasillos y la confesión que se pasea entre todos, la misma que trae conversaciones entre el monje y los invitados.
Sin embargo, aquel detalle que trae a las grandes referencias cinematográficas en cuanto al thriller, por momentos se diluye. Todo recae sobre el personaje del monje italiano y entonces aquellos que no se crucen con él o tengan alguna conversación, divagan en una oscuridad aislada. Ahí es donde hace falta el juego, la riqueza de las acciones secundarias, introducirse más en el terror, no caer en sorpresas un tanto predecibles ni soluciones fáciles. Al final, se queda en un esbozo divertido con un cierre a lo Pier Paolo Pasolini sobre un mensaje esperanzador para que las decisiones de los economistas sean las adecuadas.
No se puede obviar el elemento estético altamente cuidado para dar la imagen de olimpo sagrado donde “los dueños del mundo” se reúnen para decidir el destino del mismo, pero también que son los buenos actores empezando por Daniel Auteuil, Richard Sammel, Pierfrancesco Favino y Toni Servillo, los que hacen que la película no pierda su atención. Están en un nivel altivo aunque la trama, que hace pensar más en una pieza teatral, no termina por definirse ni tener esa fuerza necesaria para profundizar en el pleno suspenso y ser convincente, aunque luche constantemente por no decaer.