En Lejos de Pekín, una pareja que está a punto de adoptar a un bebé se vuelve el centro del conflicto cuando las cosas no salen como deberían y tienen que convivir con la frustración y la incertidumbre.
María y Daniel son un matrimonio yendo a buscar a la bebé que el sistema de adopción les ha asignado. Llegan en medio de una lluvia que parece no va a detenerse nunca, pero nada les importa porque están a punto de cumplir su sueño de ser padres. El problema es que, en la parte final del proceso, el tan ansiado encuentro con su futura hija es interrumpido cuando la madre biológica reaparece. El matrimonio es enviado a pasar la noche a un hotel para esperar novedades y es allí donde las tensiones y angustias se transformarán en catalizadores de los conflictos personales de los integrantes de la pareja.
No existe algo así como la pareja perfecta y Lejos de Pekín se dispone a hablar sobre eso. La aparente tranquilidad y armonía con la que conocemos a los protagonistas se desarma en cuanto llegan al hotel y los temores que los acorralan destapan las cosas que cada uno parece venir conteniendo. Daniel enfrenta el conflicto como si nada hubiese pasado mientras que María parece una olla a presión, y como tal, explota ante su marido que no logra del todo ver cuál es su lugar en los reclamos que ella le está haciendo.
El planteo desde el guion es interesante pero se ve diluido por la falta de verosímil en la forma de diálogo de sus protagonistas, que no sólo empiezan a tratarse de forma más distante y peleadora a lo que aparentemente es su relación habitual, sino que también modifican radicalmente la forma en la que se hablan, volviendo los diálogos bastante poco creíbles. Esto es particularmente notorio en el personaje de María (correctamente interpretado por Elena Roger) que se vuelve tan agresiva con el más bien pasivo personaje de Daniel (Javier Drolas), que pierde enseguida la empatía del espectador, haciendo difícil que el relato lo involucre emocionalmente.
El aspecto más destacable del film es la imagen. Agustín “Tedi” Álvarez, a cargo de la dirección de fotografía y de la cámara, aprovecha el recurso de la lluvia constante transformando esa metáfora en una puesta de cámara bella en todo momento, acercándose con delicadeza a cierta estética que parece casi salida de un film coreano y que lleva al espectador más emotividad que la aparentemente conflictiva personalidad de María.