Lejos de Pekín. Crítica. La no tan dulce espera
Después de La Soledad (2007) y La Guayaba (2012), esta película es el fin de una trilogía de Maximiliano González. El director, oriundo de Iguazú, vuelve una y otra vez a rodar en sus tierras para plasmar las problemáticas sociales de la región del Litoral de nuestro país.por Juliana Ulariaga
Lejos de Pekín es una película que, distante de plantear la dificultad burocrática del proceso de adopción, nos pone delante a una pareja que debe luchar contra su propio pasado, sus inseguridades, sus miedos y sus deseos para no sucumbir ante la tormentosa espera de que su sueño de ser padres se haga o no realidad.
María y Daniel, tienen más de cuarenta años cada uno, llevan ocho casados y aún no tienen hijos. Luego de hacer los trámites correspondientes y recibir el visto bueno, viajan a Iguazú con el objetivo de adoptar un bebé. Pero, a medida que transcurre su estadía, no todo se da como esperaban. Al mismo tiempo, una lluvia azota la región y amenaza con hacer crecer el río y generar caos a su alrededor.
La actriz Elena Roger (a quién todos recordamos por su papel en el musical Evita) y el actor Javier Drolas, son los encargados de encarnar a esta pareja que debe lidiar con todo el proceso emocional que conlleva adoptar. La ilusión, la esperanza, y los nervios de sentir en carne propia el significado de ser padres los lleva a replantearse sus propias vidas y a reforzar su deseo de estar juntos y formar una familia.
Durante la película, está muy presente la metáfora de la lluvia, incluso a través de una voz en off que narra una bella historia lejana de la recompensa de aquellos que resisten su violencia. Esta lluvia, que no cesa nunca durante el film, es un claro simbolismo de la tormenta de emociones que se despierta en nuestros protagonistas a tan solo una noche de distancia de cumplir su anhelo más profundo.
El miedo a no ser suficientemente buenos, la angustia de que los padres biológicos se arrepientan a último momento, o la desesperación de una llamada que nunca llega se mantienen presentes y en tensión durante todo el film. Nos llevan a vivir el deseo de que la espera culmine con un final feliz: el sol brillando en el cielo, y una bebita entre sus brazos.
Maximiliano González, nos muestra una realidad social que enfrentan muchas familias en Iguazú: los desastres que ocasionan las crecidas del río, la intensificación de la pobreza y la tristeza de padres que, con el corazón en sus manos y contra su voluntad, deben dar en adopción a sus hijos para que tengan una mejor vida.
Basta ver los ojos expectantes de cada uno de los niños que aparecen en el hogar, para darnos cuenta de que Lejos de Pekín solo nos cuenta una historia entre cientos de otras que también buscan su propio final feliz. Ya sea desde el punto de vista de los padres adoptantes, como se plantea en la película, o del de aquellos que esperan ser adoptados.