Una espera no tan dulce
La lluvia y la espera son los elementos que decidió el director Maximiliano González para atravesar la tercera parte y cierre de una trilogía que apuntaba a la problemática de las mujeres en Misiones, comenzaba con La soledad y seguía con La guayaba. La contemplación y el intento intimista son los compañeros de ruta de su viaje que ahora concluye, quienes cruzan este universo mientras el tiempo de la espera se agiganta pero también diluye como las gotas de lluvia en el parabrisas de un auto.
Sin tratarse de una road movie hay bastante charla entre María y Daniel (Elena Roger y Javier Drolas) dentro de un auto en una carretera donde no se puede ver nada y en que la amenaza latente de un accidente también coquetea con ese sello del que se siente extraño en una tierra extraña y se pierde entre su ansiedad por la fuga y su necesidad de saber hacia dónde dirigirse.
Para ellos el encuentro con un potencial hijo, tras ocho años de matrimonio y sin poder concebir, es el proyecto y el resultado de largos procesos y cruces de caminos encrucijados. Algunas peleas o malos tratos acompañan esa encrucijada pero nada hace tambalear el deseo y mucho más al tener el primer contacto con una niña, a quien su madre biológica se arrepiente de entregar.
En ese intervalo de la espera, citas a un poema de Borges sobre los recuerdos que trae la lluvia, las presencias constantes de las amenazas climáticas que pueden inundarlo todo envueltos en intentos de poética y ritmo aletargado concluye la trilogía Misiones de Maximiliano González, quizás con un anhelo de haber profundizado un poco en la temática de la adopción como ocurriera en Una especie de familia, de Diego Lerman, sobre un tema similar.