Frustración artística y adecuación. La maravillosa Life (2015), la última película de Anton Corbijn, adopta una perspectiva tangencial para retratar al mítico James Dean, del mismo modo que Mi Semana con Marilyn (My Week with Marilyn, 2011) analizó lateralmente la figura de Marilyn Monroe, Hitchcock (2012) al maestro del suspenso y El Sueño de Walt Disney (Saving Mr. Banks, 2013) al magnate del imperio homónimo. Desde el vamos Dean resulta un tema por demás complicado y con muchas aristas sobre las cuales trabajar, ya que estamos hablando de uno de los dos artífices primordiales -el otro es Marlon Brando- de la popularización intra Hollywood de aquella vanguardia interpretativa encarnada en el Actors Studio y en las teorías de Konstantin Stanislavsky acerca de una ética laboral que celebraba el sacrificio, la dedicación y la integridad de los actores. La construcción subsiguiente del mito rebelde, y la temprana muerte del joven a los 24 años, no deben opacar su enorme talento e influencia. Dicho en otras palabras, Dean fue una de las fuentes de inspiración de la apertura artística de los 60 y uno de los encargados de dar de baja el estilo actoral -tan acartonado como ridículo- que dominó en la industria estadounidense desde el nacimiento del cine hasta las convulsiones de aquella época (el contexto contracultural, a su vez, abrió paso a la era dorada del séptimo arte, los salvajes 70, lo que luego lamentablemente derivó en la vuelta a la estupidez y la espectacularidad hueca de los 80, esa misma que continúa arrastrándose hasta nuestros días gracias al conformismo y la genuflexión de gran parte del público y la prensa). Ahora bien, Corbijn pone el acento narrativo en Dennis Stock (Robert Pattinson), el fotógrafo responsable de muchas imágenes emblemáticas de Dean (Dane DeHaan), tomadas apenas unos meses antes de su muerte el 30 de septiembre de 1955. Sin embargo, en una jugada bastante curiosa, el realizador evita cubrir con un manto de misterio al actor. En esta estructuración dramática bipartita y mutable, no nos topamos con un punto de vista excluyente que mantenga la distancia con respecto al “objeto de estudio” y que se engolosine con los factores más sórdidos de su vida y carrera, como tantas otras biopics que siguen a rajatabla el modelo de Toro Salvaje (Raging Bull, 1980) sin siquiera comprenderlo del todo. Por el contrario, llama la atención la precisión con la que el guión de Luke Davies examina el carácter elusivo y ermitaño de ambos personajes, cimentando una intimidad sumamente compleja que va más allá de los conflictos existenciales más pomposos y de los instantes trágicos del devenir de cada uno. Alejada por completo de toda esa andanada de golpes de efecto y latiguillos discursivos del Hollywood contemporáneo, la historia no nos condenada a la mirada absoluta de uno o del otro ya que prefiere trazar similitudes a puro detallismo, intuición y astucia, con la entendible identificación de Corbijn para con Stock. Hasta cierto punto se podría decir que el holandés, quien comenzó su trayectoria en los 70 como fotógrafo y director de videoclips para una infinidad de pesos pesados del rock, aquí construye una oda a la frustración artística y las posibilidades -en términos creativos- que esconde debajo de una superficie casi siempre desmoralizadora, que deja poco margen para el enriquecimiento cultural o la experimentación. Life hace un muy buen uso de las dos dimensiones fundamentales de este tipo de propuestas centradas en el mainstream, a saber: en primera instancia tenemos una maquinaría industrial que estandariza toda obra según determinados criterios orientados hacia la lógica del mercado y la publicidad (en el opus los estudios aparecen encarnados en la piel de Jack Warner, interpretado por Ben Kingsley, quien insta a Dean a que respete el cronograma de promoción cinematográfica), luego viene la idiosincrasia del artista (la presteza y el movimiento chocan con el atolladero comercial). Otro punto a favor del film es que tampoco abusa de los inefables “fantasmas” del pasado de los personajes, apenas posándose sutilmente en el tópico vía un interesante tercer acto que transcurre en la granja de Indiana donde Dean creció al cuidado de sus tíos y abuelos, después de la muerte de su madre y el abandono por parte de su padre. Centrándose en el período que va desde la obra maestra Al Este del Paraíso (East of Eden, 1955) hasta la genial Rebelde sin Causa (Rebel Without a Cause, 1955), el cineasta logra trabajos medidos de DeHaan y Pattinson, el primero en rápido ascenso y el segundo encarando su carrera con mucha inteligencia, como lo demuestran sus colaboraciones recientes con David Cronenberg, Werner Herzog y David Michôd. Hoy por hoy Corbijn retoma la delicadeza emocional de Control (2007), sobre el también malogrado Ian Curtis, y alcanza el umbral cualitativo de El Hombre más Buscado (A Most Wanted Man, 2014), ya dejando en el olvido los problemas narrativos de El Ocaso de un Asesino (The American, 2010). Life es una película difícil, críptica y de resonancias profundas, que utiliza como excusa la relación entre dos misántropos para poner en cuestión el vínculo entre la angustia profesional, la coherencia ideológica y la necesidad de adecuarse a un entorno que no suele ser el ideal…
Astronautas. Recogen algo del espacio. Ese “algo” podría ser el mayor descubrimiento de la Humanidad: la prueba de vida extraterrestre. Bueno, sí, es eso y también un ser fortísimo y mutante que se podría cargar al planeta entero y que estos astronautas –bastante ilusos, pero eso no es un defecto sino algo que deja sentado el film– deben enfrentar jugándose la vida. Si le suena a “Alien” es porque es prácticamente la misma historia. Pero lo que cuenta es cómo ese mito reaparece con personajes más interesantes –por sus falencias, especialmente– que los del film de Ridley Scott. Y también porque el costado “aventura” es mucho más dinámico y efectivo, cabalgando en la intención de evitar simbolismos y discursos (vamos: están la bella Rebecca Ferguson de la quinta “Misión Imposible” y Ryan “Deadpool” Reynolds, seguramente hay dinamismo). Para ir sin miedo.
EN EL ESPACIO NADIE TE ESCUCHARÁ GRITAR Antes de que vuelva el xenomorfo, se pueden entretener con este marciano con mal genio. El sueco Daniel Espinosa (“Crímenes Ocultos”) supo tomar buena nota de “Alien – El Octavo Pasajero” (Alien, 1979) para pergeñar su propio thriller de ciencia ficción y terror ambientado en el espacio. Sí, “Life: Vida Inteligente” (Life, 2017) tiene muchísimos puntos en común con el clásico de Ridley Scott, pero se las ingenia para mantenernos atrapados durante un poco más de una hora y media, aunque sepamos de memoria por dónde viene la mano. Estamos en un futuro no identificado a bordo de la Estación Espacial Internacional (EEI). Un grupo de seis astronautas tiene una misión muy específica: rescatar y analizar unas muestras provenientes de Marte que podrían terminar de probar la existencia de vida extraterrestre en el planeta rojo. Los tripulantes, un conjunto variopinto conformado por científicos, doctores e ingenieros de diferentes nacionalidades y razas, logran asegurar la carga y comienzan a analizar su contenido. Pronto descubren un organismo unicelular bastante complejo, al cual los niñitos de la Tierra bautizan con el simpático nombre de Calvin. Al pasar de los días lo someten a diferentes experimentos, hasta que un error del laboratorio pone al bichito en una especie de sueño profundo. Hugh Derry (Ariyon Bakare), el científico a cargo, decide estimularlo un poco y ahí es cuando comienzan los verdaderos problemas. Calvin es mucho más inteligente de lo que todos creen y logra escapar para asegurar su supervivencia. Lo que sigue, ya se lo podrán imaginar. El marciano está totalmente enojado, no para de crecer y busca desesperadamente un sustento para la vida. Encerrados en la EEI, los astronautas deberán encontrar la forma de atraparlo, deshacerse de él y evitar que llegue a la atmósfera terrestre. Los puntos más fuertes de “Life” son su constante tensión, un gran elenco que no desentona en ningún momento (Jake Gyllenhaal, Rebecca Ferguson, Ryan Reynolds, Hiroyuki Sanada, Olga Dihovichnaya) y esa mezcla de sci-fi y realismo muy al estilo de “Gravedad” (Gravity, 2013). El resto cae en demasiados lugares comunes. Sabemos de entrada lo que va a pasar y el final (admitámoslo) no nos guarda muchas sorpresas. Espinosa juega con la idea del hombre que arriesga todo en nombre de la ciencia, ese que juega a ser dios sin medir las consecuencias, pero al final debe aceptar la responsabilidad de cada uno de sus actos. “Life” no alcanza ese extremo de la atmósfera oscura y terrorífica de “Alien”, es más bien un peligroso juego del gato y el ratón dentro del espacio reducido de la EEI. No llegamos a empatizar 100% con los protagonistas porque apenas los conocemos, igual sufrimos por sus circunstancias y el destino (incierto) que les espera. Espinosa logra llevarnos al espacio y convencernos. Sus efectos especiales son sutiles y realistas, todo bien hasta que aparece Calvin y un poco se nos desinfla el globo. Igual, la historia sobrevive a los clichés y se transforma en un gran entretenimiento. No va a quedar en los anales, pero es lindo ver como los seres humanos se queman cuando juegan con fuego.
Jugar a ser Dios con marcianos En "Life: Vida inteligente", Seis miembros de la tripulación de la Estación Espacial Internacional están a punto de hallar evidencia de vida extraterrestre en Marte. Un inesperado cóctel de suspenso y terror espacial que dejará a todos queriendo escapar del cine al mismo tiempo que atornillados a sus asientos. Un grupo de científicos en una base espacial recibe una muestra biológica para saber si hay vida en Marte. El que está a cargo del experimento, Hugh (Ariyon Bakare), tras diferentes tipos de estimulación, logra identificar un ser unicelular. El mundo está impactado con la noticia marciana, por lo que tras una votación, el espécimen es nombrado "Calvin". Más allá de lo simpático que pueda parecer, y el progreso potencial que podría darle a la humanidad, todo se modificará cuando noten que la ¿criatura? comienza a crecer demasiado, y al querer estabilizar el experimento, cometen un grave error. El resto del grupo (Olga Dihovichnay, Jake Gyllenhaal, Rebeca Ferguson, Ryan Reynolds, Hiroyuki Sanada) decidirá qué es lo mejor no sólo en términos procedimentales, sino para su supervivencia y la amenaza mundial. Claustrofóbica, oscura, con claras referencias a Alien (ni ellos tratan de esconderlo), la película se desplaza con simpleza hacia el horror con escenas que oscilan entre lo inquietante y lo visceralmente horripilante. Un inesperado cóctel de suspenso y terror espacial que dejará a todos queriendo escapar del cine al mismo tiempo que atornillados a sus asientos, provocando un rechazo sumamente atrapante.
Se estrena Life: vida inteligente, de Daniel Espinosa, con Jake Gyllenhaal, Rebecca Ferguson y Ryan Reynolds. Un thriller de ciencia ficción que depara pocas sorpresas. La ciencia ficción cambió para siempre el día que Stanley Kubrick puso un hombre en el espacio. A partir de ahí el género sería tomado un poco más en serio, para convertirse en algo de culto, con sublecturas inesperadas y cruces mitológicos que la expondrían a un futuro alentador con respecto a avances tecnológicos y nuevos mecanismos narrativos. Entre 1968 (2001, odisea del espacio) y 1982 (Blade Runner) los viajes espaciales y las imágenes futuristas tendrían su etapa más innovadora, a la que aportaron también La guerra de las galaxias, Encuentros cercanos del tercer tipo, E.T., y Alien, el octavo pasajero. Alien: el octavo pasajero, el film de Ridley Scott, cambió la forma de ver el cine de extraterrestres. El monstruo tenía connotaciones fálicas y la visión del director conjunta a la de Dan O´Bannon y H.R. Giger la inmortalizaron como una obra maestra, que tuvo secuelas más o menos decentes -más con Aliens de Cameron, menos con lo que siguió-. Life: vida inteligente no es una secuela sino una especie de remake encubierta, filtrada por el éxito de Misión: rescate -el regreso de Scott al buen cine-. Pero el director de Thelma & Louise no está a cargo de esta obra sino un protegido suyo: el discreto sueco-chileno Daniel Espinosa (realizador de la decepcionante Crímenes ocultos), con un guion original de Rhet Reese y Paul Wernick, los mismos que escribieron Deadpool y Tierra de zombies. Aunque, esta vez, el ingenio y la imaginación la dejaron en sus comedias. Una estación espacial girando alrededor de la Tierra es el único escenario de la historia. Seis astronautas de diferentes etnias -¡comandados por una rusa!- tienen la misión de recoger -a través de un robot- un meteorito proveniente de Marte con una célula viva. Espinosa, a través de un plano secuencia -claramente falseado e inspirado por Gravedad– comienza a presentar a los personajes con sus micro conflictos, al mismo tiempo que narra el periplo de los mismos para controlar y asir al satélite que viene con la muestra desde el planeta rojo. Lo que sigue a continuación es el diario de evolución de esta célula viva -llamada Calvin, por culpa de una escena tan políticamente correcta que da a pensar que es una burla de los guionistas, pero lamentablemente no es así- hasta convertirse en un pequeño monstruo que se irá tragando uno a uno a los integrantes de la nave. Espinosa parece copiar el film de Scott de 1979 casi al pie de la letra, incluso dejando, en principio, al héroe -o algo así- Jake Gyllenhaal, en un segundo plano. Pero la diferencia es que entre estos personajes no hay conflictos. Son una familia feliz que trabaja en conjunto. Prácticamente no hay roces y si hay una decisión riesgosa todos terminan aceptando las consecuencias. Con pocas sorpresas, Life: vida inteligente no tiene vueltas de giro. Las escenas se suceden con suspenso de manual, FX no demasiado innovadores y una música que pretende imitar acordes de Vangelis, pero termina siendo una más para generar tensión y efecto en los momentos que se necesitan para “asustar” al espectador. Y si bien durante el desarrollo el “misterio” funciona, son algunas incoherencias dentro del verosímil las que empiezan a alertar que los guionistas le pusieron pocas ganas a la escritura. Ya el desenlace es tan obvio que abruman las previsibles posibilidades que tienen los protagonistas que quedan para sobrevivir: el camino feliz que dejaría satisfecho al público optimista, o el desenlace pesimista que es aún más previsible que el camino feliz. No contaremos, por acá, cuál elige Espinosa. En conclusión