Cantar las penas
Lina de Lima (2019) es una extraña, onírica y emotiva película sobre una migrante peruana en tierras chilenas que trabaja de ama de llaves.
La película sigue a Lina (Magaly Solier, La teta asustada), una mujer desarraigada de su Perú natal. La navidad se acerca y planea visitar a su hijo adolescente que ahora se lleva muy bien con la nueva familia de su ex esposo. Mientras tanto, ella busca su espacio en el mundo, entre la casa “a estrenar” de la familia que la contrató y su pieza de pensión subalquilada a un haitiano.
Lina de Lima tiene un registro realista, casi documental, de la vida diaria de la protagonista. La cámara la sigue de cerca con escasa información que el espectador debe dilucidar. Sin embargo, lejos del drama social la directora María Paz González añade oportunos segmentos musicales, como si se tratara de los sueños y anhelos que la protagonista no se atreve a expresar con palabras, puestos en coloridos números musicales.
Este rasgo diferencia a Lina de Lima de otros tantos relatos con personajes que acarrean problemas económicos y emocionales, dándole un tinte alegre y hasta humorístico en contraste con la gris realidad. Estos sketch musicales utilizan música popular peruana de diferentes estilos cada uno (imperdible la banda sonora), y las paletas de colores, iluminación y vestimenta varía de cuadro a cuadro.
Pero la película trasciende sus propias barreras, e invita reflexionar sobre el lugar de los migrantes de clases bajas, que deambulan por las ciudades de sitio en sitio, sin importar su nacionalidad como si se tratara de una única etnia. El migrante se configura como un marginal más dentro de una sociedad que expulsa al diferente y al pobre.
El gran logro del film es trasmitir sus temas sociales mediante un discurso colorido y alegre -sin por eso menos reflexivo- acerca de la capacidad de buscar la felicidad de una mujer, condenada a subsistir.