En el centro de la escena de Lobos está la familia. Una muy particular, eso sí, envuelta en asuntos espesos y realmente peligrosos que involucran arreglos espúreos con policías corruptos y unos cuantos negocios turbios. Un patriarca al borde del retiro sueña con dejarles a los suyos un futuro más digno que el presente que los abruma y condiciona (Daniel Fanego interpreta a ese personaje frío pero a la vez intenso con un aplomo admirable). Y a su alrededor, con la potencia de la fatalidad, va creciendo una espiral de violencia que dejará muy poco en pie. Aunque su obra previa ( Terapias alternativas, Vecinos) no tiene relación con el género, Rodolfo Durán consigue esta vez moldear un policial seco y efectivo.
Todo el tiempo la violencia flota en el ambiente de una historia oscura que también puede disparar interrogantes sobre los modos de supervivencia en un entorno social desigual: ¿Cómo salir a flote en un mundo hostil que brinda pocas oportunidades? ¿Cuáles son los límites de la lealtad? Lejos de tener las respuestas a mano, los protagonistas de esta película de sabor amargo parecen apremiados por un destino ominoso y deciden, antes que apretar el freno, acelerar a fondo, aun cuando sospechan que las consecuencias de esa jugada pueden ser irreversibles.
Todo el elenco trabaja coordinado y seguro en un mismo registro, y esa es, sin dudas, una de las fortalezas mayores del film.