La delincuencia se expande por todos los rincones, ningún sitio está exento de ella. Ubicada en algún barrio del conurbano bonaerense, esta película cuenta las actividades ilícitas de una familia encabezada por Nieto (Daniel Fanego), quien domina una parte de ese vecindario cometiendo todo tipo de delitos, siempre con el amparo del comisario Molina (César Bordón). Tienen una vida modesta, sin muchos lujos, Nieto se siente viejo y cansado, está con ganas de retirarse e instalarse en una casita a la orilla de la laguna de Lobos. Sus ambiciones son moderadas, al igual que las de su hija Natalia (Anahí Gadda), una peluquera de barrio, y su yerno Boris (Alberto Ajaka), mano derecha del jefe de familia.
El director Roberto Durán describe a un clan de clase media baja que no sabe hacer otra cosa. Sólo su hijo Marcelo (Luciano Cáceres) logró despegarse de ellos, trabajando de noche en una garita de seguridad.
Cada personaje del elenco tiene su importancia con el que se justifican las acciones en todas las escenas. Las personalidades están bien marcadas y no desentonan entre sí.
Con un ritmo sostenido van sucediendo hechos vandálicos y familiares hasta que, para saldar una deuda con el comisario, Nieto involucra, de un modo u otro, a toda su familia para robarle a una persona demasiado poderosa y con influencias en la zona.
En este punto el relato se vuelve álgido, vertiginoso. De presenciar cómo se desenvuelven los vínculos entre los parientes y “colegas” del rubro, donde hay amor, desconfianza, tensiones, esperanzas, etc., cambia el tono del film, a un policial puro, en el que veremos de qué manera, y si pueden, conseguir el botín que les fue encargado.
Además, gracias a los autos viejos, ciertos modismos y gestos corporales, junto a la estética y la iluminación, trae reminiscencias de décadas pasadas.
Esta misión especial no la esperaban. En sus manos tienen la oportunidad de cambiar el status económico y corregir el rumbo de la vida. Todo enmarcado en una película de género, precisa y entretenida.