“Justo cuando pensaba que estaba fuera, vuelven a meterme”, se indignaba Michael Corleone en El Padrino III. Una frase que puede funcionar como la sinopsis de infinitos policiales y que en Lobos vuelve a cobrar vigencia: una vez que se está en el lado oscuro, es casi imposible escapar. Y mucho más cuando toda la familia está involucrada.
Aquí la dinastía criminal es manejada por Nieto (Daniel Fanego), un veterano delincuente que tiene como ayudante a su yerno, Boris (Alberto Ajaka), y está apadrinado por el comisario Molina (César Bordón, más conocido como el manager argentino de Luis Miguel). Nieto es un criminal de con códigos de la vieja escuela, que tal vez podría haber sido albañil o comerciante pero eligió dedicarse a robar para mantener a su familia. Claro que los años pasan, y cada vez sueña más con un retiro bucólico en esa casita que tiene junto a la laguna de Lobos.
El contrapunto con Nieto recae en su hijo Marcelo (Luciano Cáceres), que decidió no acompañar más a su padre en sus andanzas delictivas por el Gran Buenos Aires y, en cambio, rumbeó para la dirección opuesta: trabaja en una garita de seguridad privada. Pero no le resultará tan sencillo despegarse de los negocios turbios del padre.
Lobos tiene sus mejores momentos cuando toca la cuerda del drama familiar. La película se sostiene por la tensión creada por el conflicto entre el padre gángster y el hijo que lo rechaza; entre ambos queda la otra hija (Anahí Gadda) y sus sueños de prosperar estableciendo su propia peluquería en el barrio.
Cuando la trama se va para el lado más estrictamente policial, la película toma un peligroso aire de familiaridad con aquellos policiales nacionales de los ’70 y principios de los ’80, donde las escenas de acción eran poco creíbles y las actuaciones dejaban mucho que desear. Así y todo, los giros del guión consiguen mantener el interés hasta el final que otra vez remite a un personaje de Al Pacino: el Carlito Brigante de Carlito’s Way.