Cosita loca llamada amor
El 2011 marcha directo a convertirse en el año de las comedias norteamericanas. Desde la disrupción e incorrección que proponen las excelentes Pase Libre (Half pass, 2011) y Malas enseñanzas (Bad teacher, 2011), hasta el humor más implosivo y subrepticio de las directo a DVD ¿Cómo saber si es amor? (How do you know, 2010), Saber dar (Please give, 2010) o Cyrus (2010), el panorama luce por demás alentador para los fanáticos del género.
En ese contexto, Loco y estúpido amor (Crazy, Stupid, Love, 2011) es una anomalía, un objeto extraño y por momentos difícil de encuadrar en el que Glenn Ficarra y John Requa hibridan la temática y el punto de vista eminentemente masculino de las primeras con la melancolía y cierta pátina de inexorabilidad de las segundas. Pero ciertos momentos de tibieza dejan el amargo sabor de la insuficiencia.
La vida de Cal es modélica. Padre de un par de hijos, poseedor de un buen trabajo y marido de una bellísima mujer (Julianne Moore), su única preocupación radica en el minucioso análisis de la cartas de postres durante la velada íntima con su esposa. Pero ella, hastiada de la quietud provocada por la rutina, le espeta que no quiere postre, sino el divorcio. Patitieso, Cal deja el nido familiar y se dispone a despuntar los vicios de la soltería frecuentando un bar donde conocerá al autentico bon vivant de Jacob Palmer (Ryan Gosling), quien se presenta como una suerte de consejero espiritual para revivir su apisonada masculinidad. El resultado es la creación de un seductor hecho y derecho, que sin embargo se da cuenta que ese sexo vacío no suple el recuerdo de su esposa.
Ya en la relación entre protagonista y actor queda claro la oscilación de la que hace gala Loco y estúpido amor. Es que Cal aúna las dos principales vertientes entre las que se mueve la filmografía de Steve Carell: tiene la paciencia, la pasividad y el aplomo propia de sus criaturas de comedias con aspiraciones masivas (Dani, un tipo de suerte y Una noche fuera de serie), pero también la batería gestual marca registrada de los productos Apatow. A su vez, el personaje está inmerso en una trama cuyo disparador y posterior conflicto remite invariablemente a Pase Libre: la vejez como creadora de temores, el sometimiento de un hombre a las inescrutables reglas de la seducción, el autodesafío que ésta implica y la objetivación y estereotipación de la mujer. Esa propuesta, en las mismas manos que hicieron decirle a Papá Noel que tenía Sida porque “amó a la mujer incorrecta” en la inolvidable Un santa no tan santo (Bad Santa, 2003), era un convite a la escatología y la crasitud visual que harían de ¿Qué pasó ayer? Parte 2 (The hangover part 2, 2011) una comedia blanca, ATP. Bueno, oh sorpresa, el film opta por la pulcritud y el fuera de campo. Incluso muchas veces de forma notoria, como cuando los directores juegan con la profundidad de campo para que la cabeza de Carell cubra la zona genital de su flamante consejero desnudo.
Pero el efecto más chirriante se produce con la utilización de un léxico anómalo y puritano, seguramente a razón del anhelo de una clasificación PG-13 que permita el ingreso de adolescentes. A saber: Loco y estúpido amor es quizá la primera película en la historia moderna poblada por seres predispuestos al sexo casual cuyas charlas giran mayoritariamente en torno a los vericuetos de la conquista en la que no se dice ni una vez –N-I-U-N-A- la palabra fuck, quitándole no sólo los efectos cómicos de la sonoridad perfecta de ese vocablo, sino también espontaneidad y carnadura a los personajes. ¿Qué marido engañado se pelea con su mujer infiel enrostrándole el momento en el que “se acostó” con el tercero en discordia? ¿Hasta qué punto es creíble que el hijo de Cal quede sólo frente al amante –y también compañero de trabajo- de su madre y le reproche el “romper la relación de los padres”? Lo criticable, entonces, no pasa por esa elección en sí, sino por la forma sonora y visual en que se la exhibe: las costuras del cálculo son tan visibles que trocan eficacia y espontaneidad (sumatoria que desemboca invariablemente en la comicidad) por una pátina plástica que poco favorece a la risa.
Quizá la culpa de esa sensación de insuficiencia sea de otra dupla, la de Peter Farrelly y Bobby Farrelly, que con las escenas del sauna y del baño de Pase Libre patearon bien lejos los límites de lo éticamente mostrable. Ficarra y Requa son concientes de la imposibilidad de corromper esa línea y, lejos de quedarse conformes, redoblan la apuesta quebrando el film al medio. La tibieza de comedieta sexual queda atrás para pasar a un relato de humor solapado y asordinado, giro que le permite (re)distribuir el peso argumental hacia los protagonistas secundarios y diluir la misoginia otrora imperante. Así, traccionada sobre todo por el extraordinariamente delineado hijo de la pareja, quien a los 13 años sabe que las claves para el éxito amoroso está en la perseverancia, Loco y estúpido amor adquiere el gramaje de las grandes comedias dramáticas, aquellas donde la comicidad subyace en las situaciones antes que en one-liners o chistes visuales.
Rara avis dentro de un panorama particularmente alentador, Loco y estúpido amor deja un resabio amargo producido por la certidumbre de que la mitad inicial de su metraje discurre con freno de mano puesto, como si Ficarra y Requa mantuvieran atada la bestia interior que asomó el hocico (y el cuerpo todo) en la salvajada de Una pareja despareja (I Love You Phillip Morris, 2010). Pero también es la manifestación de una faceta hasta ahora desconocida. El crédito sigue abierto.