I. Steve Carell maneja muy bien los pasos de comedia, que incluyen pasar de su cara de pavo impávido a su metamorfosis canchera, mientras mantiene rasgos humanos, hasta atractivos. Julianne Moore ilumina de rojo todo lo que toca, y Marisa Tomei ya saben. El personaje de Kevin Bacon está notoriamente estirado porque es Bacon y no se le puede negar que es simpático. Ryan Gosling y Emma Stone son, por separado, lo mejor de la película, los que juegan mejor los tonos excéntricos de Ficarra y Requa. Juntos, con verdadera química, son aún mejores. Y la sonrisa de Emma Stone debería estar asegurada como patrimonio cinematográfico de la humanidad. Sí, un primer párrafo sobre actores. Es que esta es una película de actores, de esas con muchos (demasiados) personajes, con grandes momentos para que se luzcan, con cambios emocionales, explosiones, etcétera.
II. Parte comedia de rematrimonio, parte comedia romántica juvenil, parte enamoramiento adolescente, parte buddy movie sobre dos amigos desparejos. Y partes y partes. A veces bien ensambladas, otras no tanto. De todas formas, con I Love You Phillip Morris Ficarra y Requa habían sacado gran provecho de yuxtaponer formatos, tonos, hasta géneros. El problema con Loco y estúpido amor es que, a diferencia de Phillip Morris, busca desesperadamente una unidad. Tanto la busca que tensa las líneas narrativas hasta desencadenar en una de esas secuencias culminantes que terminan definiendo la película. Más o menos a los 90 minutos, la secuencia en cuestión reclama para sí el lugar central. Epicentro cómico-dramático del asunto, busca lucirse pero termina debilitando el relato, su credibilidad, nuestra buena predisposición. Para lograr algo más de supuesta efectividad, se decide que en esa secuencia los personajes fuercen un poco su personalidad (secuencia pasional, nadie piensa nada) y, mucho más grave, se revela algo que los protagonistas desconocen. Lo peor es que el espectador también, y para que el espectador lo desconozca la película tiene que ocultar (esto lo vemos retrospectivamente) un dato de primer orden al divino botón y de forma artificial. El supuesto beneficio de la sorpresa es menor al que habría generado jugarse por el suspenso (nosotros sabemos, los personajes no). La secuencia-epicentro con sorpresa marca un claro punto culminante, todo se une, y a partir de ahí la película se nota estirada: todo lo que podía resolverse allí mismo se ordena con fruición didáctica, y entonces aparecen los momentos más sentenciosos y lineales de esta comedia que, sí, podría haber sido mucho mejor de haber mantenido el ingenio cómico de las primeras secuencias sin rendirse a la gran tentación de la “secuencia memorable” y sus derivaciones. Javier Porta Fouz