De todas las obras nominadas a los Oscar este año “Los descendientes” se presenta como la menos grandilocuente en términos de producción, sin embargo brota claramente la gran idea central del guión, y si bien no termina de desarrollarse del todo, deja un mensaje interesante.
Matt (George Clooney) está a cargo del manejo del fideicomiso familiar sobre la última porción de tierra virgen que queda en Hawaii, perteneciente a sus ancestros. También es padre de una familia cuya madre sufre un accidente, cuya consecuencia es el estado vegetativo irreversible. En este contexto su vida se ve alterada notoriamente, pues desde el punto de vista de las relaciones humanas hay dos cuerdas que tiran para lados opuestos. Por un lado, debe tratar de relacionarse con sus hijas Scottie (Amara Miller), de 10 años, y Alex (Shailene Woodley), de 17, en función de comunicar la noticia y fortalecer los vínculos para afrontar el problema. Por el otro, sus numerosos primos (miembros del fideicomiso) presionan para que suscriba finalmente la venta de las parcelas familiares antes de que pierdan valor, operación que además lo afectará emotivamente con alguna sospecha nunca aclarada.
“Los descendientes” debe su nombre justamente a la conexión entre pasado y futuro de un linaje familiar, a partir no de la búsqueda de raíces sino de la esencia sentimental que las riegan. Alexander Payne elige instalar este concepto más sutilmente de lo que hubiera convenido para centralizar su obra en un tema que ya se convirtió en su preocupación y fuente de inspiración como artista: el hombre común sometido a situaciones que lo obligan a una difícil adaptación obligada por las nuevas circunstancias. Lo hizo con Jack Nicholson en “Las confesiones del Sr. Schmidt” (2002), con Paul Giamatti en “Entre Copas”(2004), y con George Clooney en el film que nos ocupa.
Sucede que a diferencia de las antecesoras por querer circunvalar el melodrama termina encontrándolo al terminar la vuelta, lo cual desdibuja un poco esa idea de reconexión familiar que culmina permaneciendo oculta por debajo de la sutileza.
Tengo mis dudas si la Academia de Hollywood le debe a Clooney un Oscar, considerando la larga lista de actores todavía postergados. En todo caso la actuación del galán no sería la misma sin esas dos chicas brillantemente dirigidas, la espontaneidad de Miller y Woodley, que apuntalan el trabajo de Clooney a niveles insospechados y, de hecho, son contribuyentes fundamentales al crecimiento de la realización..
“Los descendientes” propone cosas para pensar, no llega a fondo pero alcanza para tenerla como una obra correctamente culminada.