El paraíso vestido de gris
Las malas noticias llegan primero. O al menos así lo creía Matt King (un muy preciso George Clooney) encargado de cuidar de su esposa, víctima de un accidente náutico que la deja en coma profundo. Las cosas, sin embargo, tomarán un nuevo curso cuando este abogado, que reside en Hawai junto a su familia, se entere por boca de su propia hija que aquella mujer cuya vida pende de un hilo mantenía una relación extramatrimonial.
A partir de este conflicto, el realizador Alexander Payne (Omaha, EEUU, 1961) desarrolla una historia donde la culpa, el perdón, las segundas oportunidades y el concepto de familia (en su percepción más occidental) se ponen en juego.
Nominada a cinco premios de la Academia de Hollywood, Los descendientes merodea entre el drama y la comedia. Mientras el protagonista debe aprender a llevar adelante esta inesperada nueva realidad, se verá obligado a apoyar/enfrentar/conocer a sus dos hijas adolescentes, con quienes tendrá que estrechar vínculos forjados hasta entonces (al menos desde el lugar paterno) por premisas materiales.
El director de Entre copas (2004) y Las confesiones del Sr. Schmidt (2002) se apoya en sus personajes para reflexionar sobre algunos de los temas más sensibles sin caer en regodeos ni golpes bajos. En este sentido, bien puede pensarse en puntos en común con otros exponentes del cine indie norteamericano: Tamara Jenkins (La familia Savage), James C. Strouse (Ella se fue) y Noah Baumbach (Historias de familia).
Indispensablemente apoyada en la relación entre sus personajes, el trabajo de todo el reparto es de una precisión milimétrica. Además del ya mencionado Clooney, el trío de jóvenes que lo acompaña durante su revelador recorrido (Amara Miller, Shailene Woodley y Nick Krause) y algunos secundarios que prometen besos robados, golpes con aviso y conflictos familiares por parcelas de tierras vírgenes pertenecientes a la familia King, terminan por cerrar un círculo de subtramas que atrapan y emocionan en igual medida.
No deja de haber, sin embargo, cierto exceso en la utilización de la banda sonora en pasajes concretos, de los que Payne logra salir ileso por su astucia cinematográfica, siempre dispuesta a privilegiar la atención del espectador antes que la utilización demagógica de los hechos.
“¿Acaso creen que somos inmunes a la vida porque vivimos en el paraíso?” se pregunta la atormentada figura central. Pues la ecuación bien podría ser invertida: no hay paraíso sin los detalles que hacen inmune a la vida. Con semejante lema, Los descendientes (los que son, los que serán) plantea que sin importar dónde, la mejor manera de seguir adelante es con un corazón en paz.