The Descendants es una película coherente con la trayectoria del realizador Alexander Payne, uno de los mayores exponentes del cine tragicómico actual. Sin estar a la altura de dos grandes películas de este director, a las cuales tengo mucho aprecio, como son Election y Sideways, logra resultar en una correcta mezcla de drama y humor como las que él acostumbra. George Clooney lidera en gran forma un elenco de actuaciones notables, destacándose también los ignotos Shailene Woodley, como su hija mayor, y Nick Krause, como el amigo de esta, con quienes formará un trío sostenido en la pena y en la búsqueda de un futuro mejor a un presente doloroso.
Payne sitúa su infierno familiar en el paraíso terrenal por excelencia, Hawai. Matt King lo sabe y reflexiona sobre ello con su voz en off, asegurando que sus amigos creen que porque vive allí es inmune a la angustia, del mismo modo que todos lo hacemos. El sitio que es sinónimo de vacaciones ideales, relajamiento, paz y armonía, es aquí desacralizado hasta el sentido más primigenio de sus habitantes, el hogar. Allí se habla, como en cualquier lugar, de infidelidades, matrimonios en conflicto, rehabilitación y estados comatosos, aunque se lo haga en bermudas, ojotas y camisas floreadas.
The Descendants se dirime entre las dos grandes obligaciones del personaje de Clooney, la recomposición de su golpeada familia y, el aspecto más fallido de la producción, la decisión de vender o no las últimas parcelas de tierra virgen heredadas por su familia tiempo atrás. Si, esto segundo hará posible la participación de Beau Bridges, a quien siempre es bueno ver, pero también dará vía libre para que el film de algunas vueltas sobre sí mismo, demorando la llegada a conclusiones y restando fuerza a la búsqueda de un cierre para con su quebrado matrimonio.