Descendencia dolorosa
Muchas veces, cuando un producto toma el efecto deseado, el realizador intenta reproducirlo para ver si sigue funcionando hasta que el efecto se agota, cansa, y por lo tanto se demuestra que es hora de buscar una nueva fórmula.
El caso de Alexander Payne cruza cierta paradoja. El director que alguna vez supo ser cínico, crítico con la sociedad estadounidense, atacando los valores familiares y tradicionales de la sociedad estadounidense, se ha aburguesado es post de perseguir aquello que mayor adulación provocó en sus últimas obras como Las Confesiones del Sr. Schmidt y Entrecopas, repitiendo la fórmula equivocada, y confiando que a la crítica y el público aún así lo iban a respaldar, simplemente porque pisa terreno conocido. Y lo logró una vez más con Los Descendientes. Pero esto no significa que a todos nos guste esta fórmula.
Básicamente Los Descendientes repite una cantidad de axiomas que funcionan. Busca llegar a la emoción sin querer ser lacrimógena, pretende ser realista con aportes de humor similar al slapstick, y meterse al espectador en el bolsillo con un protagonista, que si bien no es perfecto se puede empatizar.
A este tipo de cine, lo llamo el soul food cinema. Es un cine que esconde una moraleja, un mensaje, pretende ser importante, cuando en realidad no es más de lo mismo, y además sigue una tendencia de cine “Indie” supuestamente, donde se rescata los valores, criticándolos al mismo tiempo.
Los Descendientes es un film profundo que habla sobre la identidad, la tierra y la familia. Arraigarse a las raíces, enfrentar al sistema, la hipocresía, etc.
El guión es bastante profundo y se pueden analizar varias capas de un solvente material, que no se queda simplemente en la anécdota. El personaje de Matt King debe enfrentar al hecho de que su familia o primos han decidido vender su identidad y a la vez la “venta” de su esposa moribunda a un muchachito que simboliza lo opuesto a Matt: juventud, progreso, etc. No es casual que sea esta misma persona, quien vaya a comprar los terrenos de Matt. La simetría que existe entre ambos conflictos que debe superar Matt es realmente interesante.
El problema de este quinto largometraje de Alexander Payne no es tanto de la elaboración del guión ni de la construcción de los personajes, como de la puesta en escena, y pretensiones cinematográficas. El director solía usar el argumento como excusa para ser ácido con la sociedad estadounidense, acá busca ir directamente a la emoción manipulando a George Clooney en pos de encontrar a un antihérore demasiado usado por el cine Indie: el empresario con corazón, arrepentido de los errores del pasado que busca arreglar su presente. Si les suena familiar esta imagen, es porque ya la vimos en Amor Sin Escalas.
No es que no sea interesante en sí la película, o esté mal dirigida, sino que busca demasiado el reconocimiento a través de planos pretenciosos, cuando en realidad no existe una puesta en escena tan elaborada. El síndrome de invisibilidad cinematográfica (o imbecibilidad) se aleja bastante del clasicismo. Hoy en día, un director clásico es aquel que narra pensando en el espectador de mediados del siglo XX, pero siendo elaborado y meticuloso en la puesta en escena, demostrando identidad, casos Clint Eastwood o Steven Spielberg, y no buscando impactar con obviedades, que en realidad no lo alejan demasiado de un productor televisivo o la corrección audiovisual.
La dosificación del drama, apoyándose en el sentimentalismo, mas no en el golpe bajo son una marca recurrente en el cine de Payne, y generalmente lo que más odio de sus películas. La forma en que en principio crea un personaje perdedor, poco carismático, y más tarde se termina apiadando de él, es lo que no me gustaba de Schmidt y Entrecopas. El perdedor querible, pasó de ser un efecto simpático para convertirse en un lugar común, un clisé.
Los Descendientes se vuelve predecible porque apela a la fórmula. No sorprende en su contenido. Pero tampoco molesta, porque existen elementos externos a Payne que funcionan en forma independiente a la narración. Ejemplo de ello son las actuaciones secundarias. Detrás de Clooney, que reitero no actúa mal y está bastante reprimido, aportando alguna que otra mirada cínica, pero a la vez repite aquello que le funcionó en Amor Sin Escalas y otras comedias dramáticas, se encuentra un gran elenco que no recibió elogios en todas las entregas de premios habidas y por haber por las que pasó el film.
Me refiero a Matthew Lillard, que ha madurado hasta convertirse en un actor sólido, que detrás de la sonrisa de tarado que lo llevó a interpretar a Shaggy demuestra una gran calidez, o la siempre soberbia Judy Greer capaz de pasar de la contención a la reacción exagerada en un instante. O dos veteranos como Beau Bridges, excepcional y mantenido en el tiempo, el hermano mayor de Jeff, mantiene esa expresión bonachona que puede llegar a esconder otras emociones reprimidas o Robert Forster, un brillante actor secundario, que una vez más se destaca en un rol duro y áspero. Me extraña que la Academia de Artes y Ciencias haya obviado esta caracterización de uno de los actores más naturales de la industria estadounidense.
En cambio, los críticos decidieron adular más a la joven Shailene Woodley, que si bien hace un trabajo específico, sin fisuras tampoco se impone demasiado, ya que atraviesa el film en un mismo estado anímico. En todo caso, es más interesante Nick Krause en el personaje de Sid, el amigo idiota de Alexandra (Woodley), que demuestra tener un poco más de luces que lo que demuestra a primera vista.
Payne, justamente siempre decide a dar a este tipo de personajes una evolución más interesante que la que aparentan en los primeros minutos, como sucedía con Chris Klein en La Elección o Thomas Haden Church en Entrecopas.
Los Descendientes tiene otro personaje destacado: Hawai. Al principio de la película, el realizador muestra la otra cara del paraíso, lo cual da una pintura prometedora de lo que podría llegar a ser el film, o sea, una evasión de estereotipos. Sin embargo, durante el desarrollo prefiere enamorarse de las playas y justamente, aquello que parece criticar el personaje de Matt: la imagen que se tiene en el continente (Estados Unidos). Payne termina dando la razón a los estudios y muestra aquello que vende de Hawai: las playas, las camisas, el clima, la banda sonora. Aunque como usa todas canciones tradicionales, el soundtrack es otro elemento relevante de narración. Los temas elegidos acompañan perfectamente cada estado anímico de los personajes. Ni idea si la letra coincidirá en algo.
Gracias a la fotografía de Phedon Papamichael, y un texto sólido (aun cuando no se entiende el uso de la voz en off del personaje de Clooney que aparece y desaparece arbitrariamente) Alexander Payne construye un film afable, amable, de fórmula, efectista con un buen elenco. Los Descendientes es una obra reflexiva y cándida, pero a la vez pretenciosa, tan sobrevalorada como su realizador y el protagonista.
La descendencia del cine estadounidense necesita repetirse menos.