Mi mundo privado
Cuando Martina y Micaela duermen es difícil distinguir dónde empieza una y termina la otra. Piernas entrelazadas, cabezas idénticas pegadas en el sueño, en la misma cama, en el sillón, necesaria plataforma para el inicio de la separación a la que obliga la vigilia. Martina y Micaela son gemelas, tienen ocho años, viven con sus padres en un departamento que queda arriba de la casa de su abuela. Martina y Micaela son dos nenas de clase media baja a las que este documental de Ezequiel Yanco sigue con una minuciosidad notable, mostrando todos los detalles de su cotidianidad en primer plano. En un comienzo nada tienen de extraordinarias sus vidas, salvo tal vez la singular circunstancia de nacimiento que las hizo muy parecidas, indistiguibles por fuera aunque a poco de comenzado el film ya es posible notar algunas peculiaridades de la personalidad de las chicas que ayuda a diferenciarlas.
De los castings a los que asisten aparentemente sin suerte, a las clases de catequesis y las típicas peleas de hermanas, el desarrollo del relato comienza a tejer una red que atrapa al espectador de manera tan sutil como definitiva. Así, las pequeñas tragedias de la infancia, hacer la tarea o una penitencia, cobran una densidad inesperada, especialmente porque el director y guionista que también se ocupó del trabajo de cámara logra transmitir algo del universo femenino que se arma en la interacción entre las gemelas y de ambas con su madre. Esa presencia que muta en ausencia cuando la mamá, Norma, debe salir a trabajar y Martina y Micaela empiezan a crecer en serio. En el período que abarca el documental, aproximadamente dos años, el realizador atrapa al vuelo y plasma en pantalla el elusivo punto de quiebre entre la infancia y la preadolescencia. Mientras las chicas se preparan para la primera comunión, es la preparación a dúo de un puré de papas, lo que marca el momento en el que la inocencia empieza a dejar lugar al mundo adulto. Un relato mínimo, singular y al mismo tiempo universal ß Natalia Trzenko