Exactamente como los días de la infancia
Según el mismo autor contó cuando la presentación de este pequeño documental, Ezequiel Yanco estaba trabajando en una obra de teatro para la que se hizo un casting de niños. Eso le despertó la idea de seguir las andanzas y argucias de alguna madre con su criatura. Lo hizo Luchino Visconti hace añares, con un drama que se llamó «Bellisima», pero acá la cosa era más sencilla y mucho menos terrible. En verdad, y por suerte, no le salió nada terrible, desazonante ni sombría. Tampoco nada de engañosa felicidad.
Es que Yanco tuvo la suerte de fijarse en dos hermanitas gemelas, graciosas sin llegar a pizpiretas, de una simpatía natural y bastante indiferentes a la cámara. Ellas hacen su vida, que no va a cambiar por un par de presentaciones en respectivos castings. Y su vida consiste simplemente en remolonear, cambiarse, pelearse, hacer los deberes, ir a la clase de catequesis, hacer pucherito cuando el padre impide ver un programa, hacerse el puré cuando la madre está en horario de trabajo, en fin, esas cosas, que el documentalista registra sin entrometerse ni cometer indiscreciones. A fin de cuentas son niñas pero pronto les llegará la pubertad y ya querrán ser señoritas. Hay que verlas acicalándose después de haberse puesto, ellas solas, sus vestidos de comunión. Es muy significativa esa escena. Otras, en cambio, son un tantito reiterativas y medio anodinas.
Se entiende. Así son los días de infancia. Asombros, juegos, aburrimientos, pequeñas obligaciones, y de a poco se van haciendo grandes. Todo mostrado en una sucesión de viñetas sin «intervención», hasta culminar de golpe en una especie de anticlímax bien pensado. Momentos impagables, la reunión donde se muestran sus dientecitos flojos con evidente expectativa, la noche en que estudian de memoria sentaditas en la cama, y el gag de dos «actrices invitadas»: la madre y la peluquera, cada una hablando con otra persona por celular en pleno trabajo de corte (y una le dice a su interlocutora «te dejo porque acá están hablando por teléfono»).
Rodaje en un barrio de Quilmes donde parece que las nenas todavía pueden salir a andar solas en bicicleta por la calle. Película sencilla, y fotografía sencilla, con apenas un ocasional aporte del DF Diego Poleri que realza la escena.