Crecer sin mamá
Micaela y Martina son gemelas, rondan los nueve años, viven con sus papás, y su mamá las cuida mientras el padre trabaja como remisero. Pero, por discusiones con la dueña de la agencia, el padre pierde ese trabajo, y comienza a trabajar con su mujer, que deberá dejar a las nenas solas casi todo el día.
En una película filmada con un estilo semi-documental, con una cámara que se ubica como mera espectadora de lo que sucede, el guionista y director Ezequiel Yanco intenta dar cuenta del gran cambio en la rutina de esta familia. De forma monótona y sin variaciones, nos muestra básicamente cómo transcurren los días; en principio de las nenas con la madre, y luego, de las nenas solas. Sin otro sonido que el ambiente (no hay música), con planos cortos y muchas veces imprecisos, a veces parece que la cámara hubiera sido abandonada en un punto sólo para registrar lo que pasa delante de la lente, hasta que un zoom recuerda que en realidad hay alguien operándola.
El filme es un continuo de imágenes cotidianas, denso, sin brillo, sin fluctuaciones en el ritmo, que se limita a reproducir lo que sucede sin involucrarse. No profundiza lo que les sucede a estos personajes, no intenta acceder a su mundo interno. Las actuaciones tampoco ayudan, no hay un trabajo de composición. Apenas la ropa tirada, la desprolijidad de la casa y las nenas estudiando solas hablarán de la ausencia de la madre.
Y sin bien el cambio es clave en la vida de estas criaturas, lo que genera quedará solo en la imaginación del espectador, ya que las imágenes no transmiten conflicto alguno. No hay angustias, no hay miedos, no hay reclamos, sólo la nueva realidad de las niñas, y su adaptación, carente de cuestionamientos, a ella.