Aquel limbo entre la juventud y la adultez que son los treintaypico es el eje del film de Jonás Trueba, que integró la Competencia Internacional durante el último BAFICI y resulta una secuela de su anterior trabajo, Los ilusos (interviene prácticamente el mismo equipo). Vito (Vito Sanz), Luis (Luis Parés) y Francesco (Francesco Carril) son tres amigos que parten de España a Francia en una furgoneta sin rumbo aparente. Quizás sea la última cana al aire antes de hacerse hombres, una suerte de viaje de egresados. Pero más bien el periplo tiene como excusa saldar cuentas con ellas, las chicas.
No hay mucho más que risotadas y diálogos vacuos mientras la camioneta surca las rutas, por lo que será el aporte femenino el que le otorgue nervio a esta road movie que irá de menor a mayor. En una parada en el pueblo Annency se suma Renata (Renata Antonante), quien había tenido un encuentro fugaz con Francesco. El ahora cuarteto se dirige a Toulouse, donde quedan cenizas del fuego pasado entre Luis e Isabelle (Isabelle Stoffel). Queda Vito, acaso el más apocado de los tres, pero es quien protagonizará la mejor escena de la película, en los mismísimos jardines de Luxemburgo, en París.
Trueba se encarga de intercalar conversaciones intelectuales (la idea central de una novela italiana, el exilio en el cine) y existencialistas (el deseo de ser madre, la confesión de un amor) con momentos de belleza cinematográfica (las imágenes de las ciudades francesas, la participación de la cantante folk española Miren Iza). A riesgo siempre de perderse en los clisés del indie, Los exiliados románticos es un film pequeño pero de gran corazón.