Por Europa, a bordo de una combi
La filmografía de Jonás Trueba ha ofrecido hasta ahora tres largometrajes: Todas las canciones hablan de mí, Los ilusos y Los exiliados románticos. Canciones, jóvenes, conversaciones, caminatas, viajes. Hay mucho cine que se hace con esos elementos, y no es fácil diferenciarse, pero Trueba singulariza su voz sin esfuerzo aparente. Los exiliados románticos es una película de un director con mirada y oído propios, que lo muestra en pleno uso de sus armas cinematográficas. Esta película se prueba como cine atesorable de forma muy simple: recordamos escenas, las queremos revivir; el mundo de Los exiliados románticos nos invita, nos atrae, nos hace querer viajar allí.
Ésta es la historia de un viaje: tres amigos parten de Madrid a Francia en una combi Westfalia, ícono de rutas y nomadismo -que nos lleva también al viaje de Cortázar de Los autonautas de la cosmopista y a otros-, se reencuentran con chicas, paran en la ruta, cenan y charlan, definen sobre lo indefinido de sus amores, hacen planes y desdibujan los trazos, reafirman sus decisiones, dudan y vuelven a confirmarse como los dueños de sus momentos, imprecisos pero irrepetibles.
Si todo viaje es una máquina potencial de generación de recuerdos, estos viajeros se encargan de rodear los momentos con reflexiones diversas, desde lecturas y opiniones sobre depilación hasta escuchas sobre la filosofía del trabajo. Todo puede sonar leve, pero es un feliz engaño. La superficie de esta película es amable, pero en estos personajes no hay más chances ni tanto tiempo para el descarte de oportunidades. En cada uno de ellos se nota el fin de una etapa, la despedida a unos años de puras posibilidades. Sus intensidades van por dentro y cuando emergen, en una palabra especialmente cargada de emociones, en una canción que van a buscar y luego los busca a ellos, en una mirada hacia adelante, pueden conmover de manera especial. Y ese plano largo, el del final, el del agua y las montañas, nos deja despedirnos de ellos, nuestros compañeros de viaje, un viaje de apenas una hora y diez minutos por un cine distinto, genuino, querible, hecho con la convicción del que sabe mostrar y contar su aldea para que se vea por el mundo.