EL ROMANTICISMO NO MURIÓ
Los exiliados románticos de José Trueba es un ejemplo de sencillez, porque a la hora de contar una historia, en la que se economizan todos los recursos, se vale de esta carencia premeditada para transformarla en un rasgo de estilo. De constitución tripartita: tres son los personajes centrales y tres los actos en los que, si se quisiera, se podría descomponer este relato que enarbola las banderas de la libertad.
El humor se mezcla con la ironía, y la calidez humana de los personajes con la trama dramática. Trueba cuenta en varios idiomas (¿acaso el amor en qué idioma hablaría?) el periplo de un joven español que decide viajar a Francia en su “furgo” sólo para declararle su amor a una chica parisina con la que pasó una linda noche el pasado verano. Para lograr su cometido hace dos cosas: carga a sus dos amigos a bordo y practica fonética francesa.
Son la música independiente y los paisajes de ruta los que aportan al relato un adicional estético que termina de conformar un todo armónico que resulta fresco y espontáneo. Pero más allá de toda habladuría, si bien el germen de este viaje sentimental tiene como objetivo el atrevido acto de confesar el amor, lo que se deja leer entre líneas es la imperiosa necesidad de liberarse de ciertas estructuras prefabricadas e impuestas: terminar la facultad, casarse, tener hijos, ser una buena esposa, etc; en un micro mundo donde aún el romanticismo existe.
Por Paula Caffaro
@paula_caffaro