Con “Los exiliados románticos” (España, 2015), su director Jonás Trueba, sigue consolidándose como uno de los principales hacedores de comedias disparatadas, que posibilitan el lucimiento actoral de sus protagonistas sin siquiera ofrecerles extensos parlamentos.
“Los exiliados…” son Vito y Francesco, ya vistos en “Los Ilusos” (2013), que una vez más deciden deambular, ahora arriba de una pequeña furgoneta, para poder dilucidar acerca de sus desventuras románticas, sumando a un tercer compañero de viaje llamado Luis y a una serie de mujeres a medida que avancen en la ruta.
La minivan se llena de misterio y a la vez de posibilidades, con una dirección específica hacia encontrar a una persona conocida en Francia. Los exiliados duermen, hablan, fuman, charlan, son una suerte de flaneurs que transitan el espacio sin otro objetivo que impedir que el hábito y la rutina corrompan su espíritu lúdico y dinámico.
En ese no espacio del vehículo, y en ese deambular constante, errabundeando hacia las profundidades más alejadas de sí mismo, cuando comienzan a aparecerles acompañantes femeninos que les hacen profundizar sus diferencias y a la vez acercarlos aún más.
La crisis se deja de lado, y las impresiones de cada uno se van entrelazando con los paisajes, bellos, únicos, que Trueba captura, que pueden ser a la vera de un río, como también en un desolado estacionamiento de un supermercado.
El viaje es sólo la excusa para brindar, cantar, escuchar música (esencial en el filme) pero también para conocerse y a la vez afirmar la identidad de cada uno ante los deseos y anhelos que poseen para su porvenir.
El grupo se va haciendo cada vez más grande, aunque sea momentáneo, y comparten impresiones, y hacia el final el tono de esta breve, pero efectiva cinta se pone más melancólico y serio.
El amor es necesario, pero también el amor por lo que uno hace, y en una mesa en Francia, en la que los exiliados comparten vinos, quesos y encurtidos, comienzan a dilucidar qué es lo mejor para un hijo, a partir del relato de una de las nuevas participantes de tener uno.
“El amor por la vocación, eso es esencial” dice uno de ellos, y la cámara envuelve al grupo, sabiendo que justamente este hábil director, hijo de otro amante del cine y uno de los realizadores más prestigiosos de su país, es el resultado de aquello que los exiliados buscan a través de sus palabras transmitir.
“Los exiliados románticos” es una película que busca en la progresión narrativa una esencia que impacte en aquellos planos y situaciones que presenta, las que, muchas veces en apariencia inconexas, no son otra cosa que la suma de las voluntades y particularidades del grupo que intenta reflejar.
En lo sintético y concreto de su propuesta, en la habilidad de Trueba para intercalar imágenes y música sin prurito, en ese eterno videoclip que rueda, al igual que las ruedas de esa minivan refugio y patria del trío protagónico, es en donde todo se potencia hacia un lugar de disfrute único y, en apariencia, ingenuo.