Los globos, la premiada opera prima de Mariano González, reflexiona sobre la paternidad con crudeza y, a la vez, sensibilidad.
César trabaja en una fábrica de globos. “Fábrica” es un término enorme para nombrar ese lugar que funciona como espacio laboral derruido y de vivienda a préstamo. Sale de noche a divertirse y a encontrar, de ser posible, con quién pasarla. También se entrena haciendo crossfit y funge como un padre en vínculos de amistad.
A través de un llamado descubrimos que tiene un hijo y que debe hacerse cargo de él porque su suegro no puede tenerlo ni criarlo más. Casi no lo conoce ni sabe cómo actuar de padre. Su vida se ve modificada o al menos debería. Intenta entregar al niño en adopción a una familia que le acerca una de sus ocasionales parejas.
¿Cuándo se es padre? ¿Sólo por haber engendrado un hijo? ¿Es más sencillo para un hombre no hacerse cargo?
Un retrato sobre la paternidad y los vínculos paterno-filiales es lo que desarrolla en su opera prima Mariano González (además guionista y protagonista) en un drama asordinado y seco en sus procedimientos narrativos que evita cualquier apunte melodramático.
Elipsis ajustadísimas, diálogos precisos que no sobreexplican lo que vemos, acertadas actuaciones de todo el elenco son los méritos evidentes de este filme donde se evitan los estereotipos y se reflexiona sobre una imagen de padre nada heroica ni políticamente correcta.
La relación entre padre e hijo (que también lo son en la vida real) entrega momentos de belleza, de humor y de conmovedora emoción. Y el pequeño Alfonso González Lesca es toda una revelación.
Finalmente ese universo planteado nos permite pensar y sentir a la vez -sin que una cosa anule a la otra-, y dejarnos inmersos en dudas ante un tema, la paternidad, que por siglos se mantuvo sin cuestionamientos ni posibilidad de plantear otras opciones.