Isadora Duncan (1877-1927) fue una eximia bailarina y coreógrafa, considerada por la mayoría de los especialistas pionera de la danza moderna. Más allá de los debates culturales, lo cierto es que su vida cambió para siempre el 19 de abril de 1913, cuando un automóvil que conducía a sus hijos Deirdre y Patrick, de seis y cuatro años, y a la niñera que los cuidaba cayó al río Sena en París y los niños murieron ahogados.
Como explica en su autobiografía, ella jamás logró recuperarse del impacto, pero el baile y la docencia funcionaron desde entonces como bálsamo frente a la pérdida y la ausencia. Apeló, como tantos otros, al poder curativo del arte y -en especial- del lenguaje corporal.
Con ese pretexto, el cineasta francés Damien Manivel (consagrado mejor director en el Festival de Locarno 2019 y ganador de una mención especial en San Sebastián por esta película) rodó tres historias de mujeres vinculadas de forma directa al legado de Duncan y más precisamente a su obra La madre (que ella concibió en medio del dolor por la muerte de sus hijos): una joven bailarina que se obsesiona con esa coreografía, la relación de una profesora de danza y su alumna con síndrome de Down; una veterana y obesa mujer negra que apenas puede desplazarse con su bastón. Ellas cuatro, también atravesadas por el dolor, encuentran en el baile una forma de exorcizar las angustias íntimas en un relato lleno de lirismo, belleza y esa sensibilidad tan particular del realizador de Un jeune poète, Le Parc y Takara: La nuit où j'ai nagé.