Wrapped like candy in a blue blue neon glow
Hace rato que Pixar Animation Studios le perdió el miedo a hacer secuelas, pero es sorprendente lo mucho que tardó en llegar a Los Increíbles (Brad Bird, 2004). Tratándose de una película que pertenece al género de superhéroes, que ya empezaba a mostrar cierta continuidad en el mercado de Hollywood y hoy es el pan de cada día, los catorce años transcurridos entre esta secuela y la original se vuelven relevantes para analizarlas en contexto. La primera alegría que la película ofrece es que la frescura, el humor y la agilidad narrativa de Brad Bird no han perdido un ápice de fuerza. La segunda es que Los Increíbles 2, estructurada con un pattern muy similar al de la primera entrega, expande y complejiza conceptualmente el universo de la original, revistiéndola de cierta mirada crítica que la hace apasionante.
Los Increíbles 2 retoma el final de la primera entrega y lo pone de cabeza: lo que suponía el preludio a una vida familiar abocada a la lucha contra el crimen pronto se convierte en fracaso y desorganización a la hora de enfrentar a un villano. A esto se suma el cierre del programa que permitía reubicar a los antiguos héroes cada vez que sus instintos de justicia se ponían por encima de la prohibición que prohíbe su existencia. Rick Dicker (Jonathan Banks) les consigue a Helen Parr/Elastigirl y a Bob Parr/Mr. Increíble (Holly Hunter y Craig T. Nelson) un humilde hotel como último gesto de reconocimiento a sus servicios como héroes: a partir de ahora, deberán sobrevivir solos.
No tarda en presentarse una oportunidad: Frozono (Samuel L. Jackson) les cuenta que un importante magnate de las telecomunicaciones, Winston Deavor (Bob Odenkirk), nostálgico de los superhéroes, pugna por su legalización y tiene un plan para sacarlos de la clandestinidad. Si Winston es el rostro carismático de la cadena de noticias, es su hermana Evelyn (Catherine Keener) la genia informática a cargo de la tecnología que podrá mostrar las acciones de los héroes al mundo para convencer a los espectadores de su buena fe y su utilidad a la comunidad. La elegida para volver a la acción resulta ser Elastigirl, quien mejor balancea el nivel de destrucción causada por las acciones heroicas con efectividad en la protección de los civiles. Mr. Increíble, por el momento, deberá colgar el traje y dedicarse a cuidar de sus hijos: el hiperactivo Dash (Huck Milner), la introvertida Violeta (Sarah Vowell) y el bebé Jack Jack (Eli Fucile), quien empieza a demostrar sus múltiples y problemáticos poderes. No exento de celos hacia su mujer, Bob se embarca en una misión: triunfar como padre y amo de casa.
Los Increíbles 2 ofrece acción y aventura en el mismo tono que la película original pero con esteroides. Las secuencias de acción son vertiginosas y emocionantes, siempre puestas en función del desarrollo de los personajes. La enérgica música de Michael Giacchino vira ocasionalmente a un brío funk y abundan los momentos de narrativa puramente visual y sonora. Conceptualmente, Los Increíbles 2 aborda la compleja relación entre el superhéroe, protector del bien público, y su figura convertida en objeto de consumo. El mundo de héroes y villanos de la época dorada de los superhéroes ya se oscurecía en la primera película con la aparición de Síndrome, el niño fan vuelto villano a causa la decepción de su héroe. Los Increíbles 2 es incluso más aguda, llegando a internarse en terrenos similares a los de la muy buena Iron Man 3 (Shane Black, 2013). En ambas películas, sin entrar en más detalles, la construcción del villano “comiquero”, con traje especial y frases rimbombantes, se presenta como una ficción: una operación simplificadora que enmascara a los verdaderos villanos. Si los espacios y la iconografía mid century modern de Los Increíbles se vincula con un ideal norteamericano de los 50 y los 60, temáticamente la secuela se acerca más a los 80, con los Watchmen de Alan Moore y Dave Gibbons o el The Dark Knight Returns de Frank Miller (obras fundamentales en la redefinición del cómic del superhéroe de ese momento); ambas obras otorgan, en sus paneles, un espacio fundamental a la mirada televisiva sobre el héroe, que tanto puede construirlo como o condenarlo.
Si bien Los Increíbles 2 se mantiene de los lineamientos estéticos y formales de la primera entrega, acusa recibo de los catorce años transcurridos entre una y otra: en una época en la que el cine de superhéroes está más mercantilizado que nunca con las múltiples películas del género que salen por año, Los Increíbles 2 abraza la paradoja propia del género, no exenta de cierto cinismo: la del héroe cuyo único objetivo es el bien común, pero que se vuelve objeto de consumo cuando es manipulado por quienes ostentan el poder real, invisible y más destructivo que las trompadas que los protagonistas pueden dar. Sin que lo notemos demasiado, Los Increíbles 2 cava hondo en esta problemática en la que los héroes siempre pecan de ingenuidad, y seguramente haya hecho más por el género de superhéroes que las muchas películas que salieron y saldrán este año. A la vez, la película no destruye sino que revaloriza la honesta simplicidad de la figura heroica, tras plantar una advertencia sobre los riesgos que implica vincularla demasiado con el establishment.