Aun con algunos pasajes graciosos, lo mejor del nuevo film de Pixar proviene de algunos pocos momentos de inspiración.
Veinte años es la brecha instaurada en el inconsciente colectivo para medir las consecuencias del paso del tiempo. Entre la primera y la segunda parte de Los increíbles pasaron casi quince, pero así y todo es posible entrever cómo el cine ha transformado a los superhéroes en objetos pop. En 2004, con el mundo paranoico y en pleno proceso de pérdida de inocencia post 11-S, los grandes estudios lanzaban los primeros exponentes de la era moderna de los encapotados. Faltaban años para la consolidación definitiva del modelo gracias a los personajes de Marvel, y Pixar apostó por un film sobre una familia con poderes especiales obligada a dejar atrás su oficio: los “salvados” empezaban a quejarse y hacerles juicio a quienes, llevados por las buenas intenciones, los salvaban. Aquello podía ser novedoso, pero hoy ya no. Esa falta de sorpresa, la sensación constante de deja vu, es un problemón que Los increíbles 2 no logra sortear.
Los increíbles mostraba la inserción en la vida civil de los Parr, con Bob/Mr. Incredible devenido en vendedor de seguros y Helen/ Elastigirl, en ama de casa. Esta muestra el camino inverso, esto es, cómo aquellos mismos personajes obligados a dejar atrás una vida ahora deben regresar a la lucha. A los Parr les ha costado convertirse en gente de a pie. Alejados de la celebración pública y mirados de reojos por su entorno, cada tanto no pueden con su genio y se calzan sus trajes ajustados –nunca capas, como bien se explicaba en el mejor gag de la primera entrega– casi como un hobbie, un pequeño bálsamo de libertad en medio de la opresión a la que fueron condenados. ¿Otra de héroes trágicos que batallan contra el sendero marcado de sus destinos? Para nada, pues Los increíbles 2 funciona, igual que la primera, como tributo y parodia, entremezclando los tópicos del cine de superhéroes, el de espías (la banda sonora con instrumentos de viento remite invariablemente a James Bond) y la comedia física más clásica. Para esto último es fundamental la inventiva del realizador Brad Bird y compañía, quienes dejan atrás la búsqueda de realismo visual de las últimas producciones de Pixar para explotar al máximo las posibilidades de una animación cuya plasticidad se lleva muy bien con el combustible lúdico que motoriza la acción.
Que el film espeje al anterior usándolo como modelo a replicar antes que como plataforma de despegue muestra que la pólvora creativa del estudio del velador saltarín, al menos en términos narrativos, está mojada. Acorde a los tiempos que corren, ahora es Helen/Elastigirl la que debe ponerse las calzas para salir a la calle y ganarse nuevamente la confianza de la ciudadanía, siempre con el respaldo de una poderosa campaña de marketing ideada por dos hermanos millonarios detrás. A Bob, en tanto, le toca mantener el equilibrio familiar puertas adentro de la casa. Un equilibrio imposible, con una hija que intenta ensamblar sus poderes con las vicisitudes de la adolescencia, un hijo hiperquinético y agotador, y el bebé Jack Jack exhibiendo sus primeros –son muchísimos– superpoderes. Esa dinámica hogareña, con Bob incapaz de manejar todos los hilos de la paternidad, tendrá mucho del veneno de Los Simpson, serie que nada casualmente tuvo a Bird como parte del equipo creativo durante los ‘90.
Los increíbles 2 entrega varios momentos graciosísimos, como aquél que reúne a superhéroes con los poderes más originales que se hayan visto, incluido uno viejito y petiso llamado Reflujo que escupe sus regurgitaciones al rojo vivo. El problema es que la gracia proviene únicamente de momentos de inspiración y no de una búsqueda generalizada. A medida que el film avance, la historia se volcará definitivamente a su faceta de acción y aventuras, con los malos mostrando la hilacha y la familia uniéndose para lograr el bien común. Así, la película menos reflexiva, melancólica y tristona de Pixar es apenas un ejercicio simple, efímero y feliz.