Bajo la sombra de los superhéroes.
Hubo un tiempo, no hace tanto, en el que la cartelera anual no estaba dominada por blockbusters protagonizados por héroes de comics, estrenados de forma periódica y acaparando la taquilla un incontable número de semanas. Un tiempo en el que las películas que se atrevían a jugar personajes procedentes de las viñetas lanzaban una moneda al aire, una apuesta poco clara y con resultados dispares.
En ese tiempo una película vino a iluminar un camino que, extrañamente, no acabó siendo explorado hasta varios años después. Los Increíbles marcó un hito en este cine de superhumanos con poderes y mallas que salvaban el mundo una y otra vez de la destrucción. Y sin capas. El tono, la idea original, el ritmo y el estilo visual de aquella obra sentaron un precedente pocas veces superado, una gran película que arrojaba luz sobre un subgénero hasta entonces no tan explotado. Desde entonces la idea de una secuela ha sobrevolado el calendario de proyectos de Pixar todos estos años, pero no llegó nunca a materializarse. Hasta ahora.
Lo curioso de todo esto es que parece llegar en el momento más adecuado y menos favorable para la propia película. Hoy, los tiempos son otros. La superpoblación de producciones con este tipo de protagonistas, y especialmente las de la exitosa Marvel, han creado un clima enrarecido en el que la gente podría buscar algo diferente, separado del canon que viene repitiéndose los últimos años. Aquí es cuando, finalmente, Disney y Pixar se deciden a lanzar la segunda parte de una de sus películas más aclamadas, que otrora consiguiera ya elevarse por encima del resto de historias dentro del subgénero.
Los Increíbles 2 abre de forma espectacular, y promete un relato con un fondo más trabajado que la simple aspiración al entretenimiento palomitero durante un par de horas. He aquí el primer problema: la película se suma al estiramiento del metraje que ya han dado bien de sí los actuales referentes de mallas (escudos, martillos, lanzaredes…) y capas. Sin embargo, Los increíbles no es una historia grandilocuente, de decenas de personajes, subtramas y conexiones con otros productos de un universo común. Es un ente con personalidad propia, y en ciertos momentos se siente un poco pesada, con escenas que aportan poco al resultado final.
Cuando hablaba del tiempo menos favorable me refiero a que ha llegado un momento culmen del cine de superhéroes en el que dichas películas han podido experimentar lo suficiente como para ofrecer obras de gran calidad. Esto hace que la secuela de aquella película que tanto destacó entre tan pocos competidores se vea ahora obligada a superar la comparación con otras que ya han sido la delicia de crítica y público. Y, lamentablemente, pierde la ronda. En este caso, la historia es más bien simple, confiando demasiado en el feeling generado por sus protagonistas, y nunca llega a enganchar con giros inesperados como si lo hizo su predecesora.
El último gran error que comete es el que, irónicamente, salvaguardó su primera entrega, y que es uno de los principales lastres de otras compañeras de temática. El villano resulta un ser instrumental, nada carismático y con unas motivaciones muy poco consistentes.
Los Increíbles 2 no deja de ser, sin embargo, una buena película de entretenimiento, con un planteamiento visual a la altura de lo mejor que hayamos visto hasta ahora, y especialmente en el mundo de la animación. Lo mejor será no hacer comparaciones, ni con otras películas, y mucho menos con su antecesora.