Los Superhéroes llegan en oleadas
Una de las mejores películas de superhéroes de todos los tiempos fue, sin lugar a dudas, Los increíbles (2004) de Pixar. La historia magníficamente contada y llevada a la pantalla por Brad Bird (El gigante de hierro) sentó, antes del furor por los colosos de Marvel o de DC, las bases del género a través de una forma extraordinaria de contar la aventura. En esta entrega original se explicaba cómo estos seres debían ocultar el uso altruista de sus poderes en pos del ejercicio de la vida pública. Así, nuestro Mr Increíble, Bob Parr (Craig T. Nelson), se sumía en la cotidianidad rutinaria, engrosando las filas de un trabajo burocrático y mediocre hasta que un benefactor le permitía desarrollarse como héroe.
A catorce años de esta película, aparece Los increíbles 2 (2018) que constituye la secuela más tardía de cualquier película de Pixar. Sin embargo, la historia continúa perfectamente lo ocurrido en la primera entrega. Por ello, el tiempo de la diégesis resulta cohesivo y coherente. El problema que se vislumbra es otro.
Los increíbles 2 vuelve a tomar la ruptura entre el espacio público y el privado con sus personajes desgarrados entre una existencia extraordinaria y otra salvajemente común. De hecho, esta segunda parte conforma en realidad una re-escritura de la historia. Conforme a los tiempos que corren, Helen/ElasticGirl (Holly Hunter) es quien protagoniza la misma trama contada, esta vez, desde un sustrato marcadamente femenino. Por un lado, la estructura clásica de una sitcom de los 60 a fin de narrar la nueva vida de Bob como amo de casa y su crisis existencial. Por el otro, el estilo narrativo propio del cine de espionaje y aventura para retratar la vida heroica de ElasticGirl. Este procedimiento fluye tan exitosamente que permite construir una interpretación dinámica de la dicotomía entre lo público y lo privado frente a un villano predecible y unidimensional como Screenslaver. La película ofrece un vertiginoso espectáculo visual al mejor ritmo de jazz.
Los personajes entienden, como ya lo caracterizaba el historiador Georges Duby1, que el lugar doméstico configura, ante todo, una zona de inmunidad y protección, por lo que puede oponerse a las obligaciones de la sociabilidad colectiva. Desde ese punto de vista, podemos ver a los Parr tratando de comprender qué hacer con su nueva realidad. Los niños se preguntan permanentemente cómo es que se pueden proteger las normas a partir de la transgresión, y los padres no pueden menos que sentirse confundidos frente a una reflexión tan elocuente. La única salida consiste en aplicar una mística de asociación secreta que se encuentra fuera de los novios de turno, los compañeros de trabajo y el resto del mundo. Es decir que la vida familiar puede sustraerse de las imposiciones de la comunidad o el Estado y por ello los Parr solo logran sentirse libres en este ámbito. Justamente, la epopeya de Bob en el ámbito hogareño alienta secretamente, en las fantasías del público, la esperanza de que un día, de la mano de un vendedor de seguros o de una ama de casa, florezca la heroicidad que reivindique toda una vida de mediocridad.