El regreso animado que nos da otro forma de ver a los superhéroes.
En el año 2004 no había tanto superhéroes en la cartelera del cine, apenas se vislumbraba la secuela de Spider-man de Sam Raimi, y menos el cine de animación que luchaba contra la primacía de los cuentos de hadas todavía. Pese a esto, Pixar dispuso toda su confianza en el animador Brad Bird para contar la historia familiar de héroes discriminados por la sociedad, una pareja con crisis matrimonial y tres hijos en busca de un lugar en la sociedad. El fruto de "Los Increíbles", que terminó desembocando en el Oscar a mejor película animada y ser la primer película de superhéroes nominada a guion original, fue un presagio de que lo sería el mundo cinematográfico en sus próximos años. La oleada de superhéroes live action (entrecruzados y mezclados en la pantalla) con nombres acrónimos no se hizo esperar, tan así que tenemos un estreno de enmascarados casi dos meses en los cines, olvidando que las primeras pisadas fueron totalmente animadas.
Ya lejos del hito de la trama, la secuela logra otro mérito que se aparta del guion: el crecimiento y avance de la animación en el estudio. Los cambios se perciben a simple vista, estamos ante otra etapa de la animación 3D. El detallismo ya no es un lujo, es un sinónimo de responsabilidad y calidad. Atrás quedaron las primeras pruebas y la falta de animadores para completar un simple escenario, una animación o una escena. La compañía cuenta ya con gran grupo de jóvenes talentos de la animación, y los resultados no se hacen esperar. Ya no vemos los mismos cuerpos y fondos que apreciamos hace 14 años en la primera aparición de los personajes, tenemos otro tipo de realización más elaborada.
Por lo tanto, ¿Los Increíbles 2 es realmente una secuela? En momentos donde la animación precaria del CGI obtiene constantemente una remasterización por parte de las compañías de videojuegos, el estudio de California se mantiene firme con conservar sus obras originales tal como fueron estrenadas por primera vez, una osadía que podría terminar dentro de unos años cuando la empresa se quede sin ideas o necesite una diferente forma de vender sus producciones, es solo cuestión de tiempo que este avance afecte al pasado. La animación deja atrás a la primera impresión, se aleja para conformar otro tipo de creación más riguroso y empeñado a conquistar lo visual, diferencia que se remarca al avanzar el film y que pone en jaque a lo ya realizado anteriormente con las palabras. Más que una secuela, es una revisión a lo ya visto, un seguimiento de lo perfeccionista que es Pixar con sus proyectos.
En cuanto a la historia, el relato sigue tal como termina la primera parte. La familia se tiene que hacer cargo de un nuevo villano, no logran su cometido y se plantea nuevamente como insertarse en la sociedad y así poder usar sus poderes contra el mal. Un padre que tendrá que dar un paso al costado y una madre que tendrá que lidiar con la responsabilidad laboral y familiar; y tres hijos aceptando su nuevo rol. Una premisa que se aleja del abundante drama que tenía su antecesora y que da pie al reino de la comedia abultada, efectiva por momentos (a diferencia de Buscando a Dory) y excitantes en otros.
Empujados por la veteranía de Bird (Ratatouille), el conjunto de ideas es llevado a cabo otro nivel, aquel que podemos presenciar con naturalidad, pero con consto de años de profesionalismo y de pulido. El cambio es notorio en el terreno animado, pero el complemento idóneo para esta odisea de colores y de acción voluptuosa sigue siendo la música creada por Michael Giacchino, artista que ha trabajado en la primera entrega y que pone su énfasis a lo afectivo del film.
Después de más de diez años, Brad Bird vuelve a su receta del éxito, la animación, donde construye un nuevo ideal de cine de autor, replantea las historias de superhéroes y nos regala otras dos horas de puro entretenimiento familiar.