Encuadrado en el subgénero del terror gótico se estrena Los inquilinos, película irlandesa que retoma el código de otras que ya se han vuelto clásicos del género, pero que no logra en ningún momento levantar vuelo por sí misma.
Rachel y Edward son dos hermanos gemelos que viven en una inmensa propiedad familiar que fue pasando por casi dos siglos de padres a hijos. Pero de la misma forma que con la casa, durante todos estos años los padres heredaron un terrible secreto, causal de una maldición que tiene a los miembros de la familia presos dentro de su propio hogar.
Si ellos no respetan las tres reglas impuestas: estar en sus habitaciones antes de la medianoche, no dejar a ningún extraño entrar a la casa y tratar bien a su hermano, aquellas presencias que habitan debajo de la casa volverán a entrar en ella para castigar a los chicos. El problema es que los gemelos, ahora mayores de edad, se ven enfrentados a la disyuntiva de continuar la costumbre familiar que perpetúa la maldición o huir y cortar finalmente con ese ciclo aparentemente interminable.
Siguiendo la tradición de películas como Los otros o El orfanato, el guion de Los inquilinos descansa mucho en la locación en la cual se filmó. El estilo impactante de la mansión es, sin dudas, lo más llamativo de este film que no logra en ningún momento asustar verdaderamente al espectador.
Las actuaciones son bastante aceptables, particularmente el dúo protagónico de los hermanos, pero la redundante charla que trata de poner de manifiesto todo el tiempo la amenaza latente a la que se ven sometidos termina siendo tediosa. Dos, tres, cuatro veces se repiten las frases hasta el punto en el cual se habla más de los temores que lo que realmente se percibe en pantalla. Y cuando finalmente las amenazas como “están llegando” “vienen por nosotros” y otras más se cumplen, la estética de las criaturas sobrenaturales es decepcionante, no asusta, no impresiona y no está definida por ninguna cualidad particular, como si uno estuviese mirando maniquíes.