Hermanos maldecidos
Más allá de que el terror sea un género que siempre está buscando nuevas formas, estilos e historias, lo clásico permanece como perdurable. Un buen relato de H. P. Lovecraft o Edgar Allan Poe siempre va a cautivar nuestros corazones por más slashers o ghots storys que existan.
El director Brian O’Mailey y el novel guionista David Turpin parecen haber entendido esto: en Los inquilinos vuelven a los orígenes de un relato tradicional que opta más por la sugestión y la creación de ambiente, que por la sangre contada de a galones.
Ambientada en la Irlanda de 1920, Los inquilinos presenta la historia de dos hermanos con una maldición que nos los deja desarrollar su vida de modo tradicional.
Tal como sucedía en La casa Usher original de Poe, lo que Turpin y O’Mailey transmiten es una relación endogámica, quizás no tanto por voluntad como por necesidad.
Rachel (Charlotte Vega) y Edward (Bill Milner) son dos gemelos que viven solos en una mansión rural cercada por un inmenso bosque y un profundo lago. Nada ni nadie se interpone ante su inmensa soledad. La razón es simple: ellos deben permanecer juntos, ahí, como prisioneros del lugar, o pagarán las consecuencias de lo que pueda ocurrir. No pueden huir.
Pero el asunto será aún peor cuando cumplan la mayoría de edad: la profecía alrededor de ellos cerrará su círculo y no les quedan demasiados días para que eso ocurra.
El encierro interno
El problema es que ambos hermanos, sobre todo Rachel, desea conocer ese exterior. Y no solo eso, desea conocer otras personas, otros hombres, en particular a Sean (Eugene Simon) el joven que parece cortejarla.
Los inquilinos juega con esa relación entre los hermanos, cómo entre ambos crece una necesidad y un deseo, pero también la exigencia de salir, de enfrentarse a lo que va a venir. Es un claro simbolismo a la edad que atraviesan los personajes.
Los secretos familiares los atormentan y el ambiente es un personaje más. La casa se derrumba y el agua los invade cual Casa tomada de Cortázar. Un escribano (David Bradley) que pretende efectivizar la herencia y cobrar una hipoteca los visita, y de alguna manera habrá que tapar el secreto del lugar.
O’Mailey arropa el reato de Turpey que bien puede pasar por una obra teatral, pero se encuentra lo suficientemente aireado para que sea una verdadera obra cinematográfica. Con un juego fotográfico, una puesta técnica y de ambientación detallista e hiper cuidada, Los inquilinos será un film que penetre por los ojos, llega a subyugar.
La atmósfera que consigue es extraña y enigmática, más de una vez no sabremos qué es lo que sucede. Quienes no estén atentos pueden llegar a perderse, pero al final del segundo acto y a lo largo del tercero todas las piezas se recogen y el rompecabezas creado se resuelve a la perfección.
Conclusión
Recurriendo al terror gótico tradicional, pero con una imaginativa visual riquísima, Los inquilinos de Brian O’Mailey es una propuesta original, con gran química entre sus protagonistas y un ambiente como para ponernos los pelos de punta. Quienes busquen experiencias diferentes, está puede ser la opción.