Hermanos en loop
Anclada en el terror gótico, la producción irlandesa Los inquilinos (The Lodgers, 2017) propone un viaje alucinatorio a la enfermiza relación de dos hermanos que custodian una vieja y deteriorada mansión en la que, además, ocultan oscuros secretos.
Rachel (Charlotte Vega) y Edward (Bill Milner) viven y vigilan una mansión que supo conocer épocas de gloria pero que ahora sólo acumula suciedad, polvo y podredumbre. Dentro de ella los hermanos, agobiados por siniestros personajes que la habitan, deben seguir una serie de reglas derivadas de una extraña melodía que digita sus pasos, días y horas. Cumplir con estos preceptos es esencial para evitar que “inquilinos” irrumpan y tomen el control. Pero cuando Rachel decida transgredir las leyes de la música, una serie de desafortunados acontecimientos pondrá al extraño y cercano vínculo fraternal en jaque, primando los impulsos por sobre la razón y desatando una serie de sucesos que nadie podrá controlar.
La segunda película del realizador Brian O'Malley propone un barroco juego de espejos, el que, de manera progresiva, comienza a profundizar en la psicología de los personajes centrales sumando secundarios que ayudan al conflicto guía del film: el choque entre el deber ser y las necesidades de trastocar los mandatos.
Hábilmente el guion comienza con una presentación casi didáctica de los hermanos dentro del microuniverso que se esconde detrás de las paredes de la casa que habitan, y en esa primera instancia el desarrollo de ciertas características de Rachel y Edward posibilitan el ingreso a un relato que no por poseer similitudes con películas como Los otros (The Others, 2001), o La dama de negro (The woman in black, 2012), repite fórmulas y estereotipos. Al contrario, O’Malley se encarga de adicionar elementos realistas, como el enamorado de Rachel que proviene de la guerra con una minusvalía, o la imposibilidad de mantener en pie la mansión por los apremios económicos que refuerzan su espíritu de género.
Rodada en Loftus Hall, una construcción original que según una leyenda urbana está maldita, tanto la casa como los escenarios naturales que la rodean, son el espacio ideal para que la épica lucha entre el bien y el mal trascienda la anécdota del incesto. Las animaciones digitales suman en momentos clave la dosis necesaria de fantasía para que el relato no sólo impacte, sino, principalmente, pueda generar intriga en la progresión del desarrollo.
Si bien en algunos pasajes las explicaciones verbales en la voz de Rachel, casi un acto enunciativo de aquello que luego vendrá, coartan las posibilidades de fluidez narrativa, en su totalidad Los inquilinos se presenta como un sólido exponente de género que intenta innovar saliendo airoso de su propia propuesta.