CASA CONSERVADORA
La segunda producción irlandesa de Brian O’Malley después de la trunca Let us prey, donde una policía novata pasaba su primera velada en una comisaría siniestra, parece de nuevo repetir la fórmula de un comienzo prometedor que se desinfla con el desarrollo de la trama. Trama que tampoco queda bien clara para el espectador.
Aquí dos gemelos huérfanos de 18 años en plena época de entre guerras viven en una mansión descascarada y sin un peso de herencia. Son hostigados por un tasador a vender la propiedad, pero se rehúsan con excusas de que la casa no los dejaría abandonarla y lo sobornan con las pocas joyas que les quedan. Casi un comienzo similar al más logrado e interesante drama de terror El secreto Marrowbone (2017). Pero en Los inquilinos reside más la cuota sobrenatural “victoriana” que recién se despliega con toda su potencia pasada la hora. Por ende, llegar hasta allí es un karma extremadamente lento y aburrido.
El clima misterioso que funciona al principio va perdiendo energía y el terror es casi inexistente, sólo se relega a ciertos efectos correctos pero llenos de lugares comunes. En Los inquilinos todo está naturalizado: el incesto entre hermanos pese a la negación de ella; el encierro casi constante en aquella edificación enorme; y este tercer personaje que es la casa misma que toma presencia por la noche y obliga a obedecer un par de reglas a los hermanos. Como si todo esto se tratara de un legado rutinario paternalista. Y es que la casa no quiere que entren extraños, deben ya estar en sus camas por la medianoche y si alguno es osado en escapar de ella, el otro hermano morirá. Por cierto un guión que llama la atención en la ridiculez de esa propuesta pero tomada con mucha solemnidad.
Pero claro, todo se viene abajo cuando ella se enamora de un joven ex soldado que vuelve de la guerra al almacén de su familia en el pueblo. Las intenciones de este muchacho son buenas y generosas -a diferencia de los hombres que viven en la zona y que acosan a esta “caperucita” que sale para hacer mandados y subsistir-. El se ve deslumbrado por el encanto femenino de esta chica misteriosa envuelta en un abrigo con capucha azul y no tardará en conquistarla y dirigirse a su hogar. Pero como ya dijimos, toda esta trama no sirve, es cansina y monotemática.
En Los inquilinos los lugares comunes de casas embrujadas -por cierto fue filmada en la locación de Loftus Hall, una de las mansiones con mayor presencia paranormal en Irlanda- se hacen lugar para aburrir. La ambientación gótica del interior de la vivienda y la fotografía que se contrapone entre los lugares cerrados y el exterior son notables, destacándose paisajes como un bello lago con historia y el frondoso bosque que recuerdan a esos cuentos de los hermanos Grimm. De las pocas cosas que se valoran de esta película es el contraste entre la maldad que el joven menciona de la guerra, y que ella retruca que no hay mayor estado diabólico que el que reside en su casa y que por eso quiere que la ayude a escapar. Sin embargo, todo eso no alcanza.
Y es que en este film no existe un interés fuerte, sólo una trama que tiene demasiadas e innecesarias aristas que logran enredarse y aclarar poco. Con lo que puede confirmarse que el subgénero de casas poseídas en esta década tiene pocas propuestas fuertes por el momento. Y todo eso, claro, sumado a un inmueble castrador que es más malo que el peor de los padres conservadores que no dejan salir a los pibes un sábado al boliche.