Una mansión en ruinas y alejada de la sociedad, dos protagonistas con una relación cargada de tensión sexual, un pantano, una maldición y fantasmas. Los inquilinos (2017) tiene como principal referente al terror gótico (palabra derivada de Godo, pueblo germánico que fue importante en la caída de El imperio romano de Occidente) pero con algún que otro susto para mantener la atención del espectador casual.
En su segundo largometraje, después de la muy interesante Let us prey (2014), el director Brian O’ Malley se centra en la historia de Rachel y Edward interpretados por Charlotte Vega (Rec 3: Genesis, American Assasin) y Bill Milner (Dunkirk y X-First Class), dos hermanos gemelos con personalidades opuestas y muy marcadas. Ella es quien da la cara, la que es capaz de salir de su hogar y lógicamente es también la que anhela ser libre. Él es un ser asustado y reprimido, un émulo de Norman Bates. Es con esta persona con quien O’ Malley sabiamente juega mezclándolo con El cuervo de Edgar Allan Poe.
En una época en donde las historias de fantasmas están en retirada es bueno ver una que está anclada en otra forma de trabajar el miedo y de perturbar. Lo perturbador en Los inquilinos es la frágil y aterradora personalidad de Edward, en contraposición con la racionalidad y frialdad de su hermana. Los verdaderos espectros están en segundo lugar, en el fondo y aunque se los vea no dan miedo porque lo importante está en la enferma relación entre los dos personajes principales.
Tanto Vega como Milner están excelentes en sus papeles, ya que son capaces de transmitir una gran diversidad de sentimientos en pequeñas miradas y sobre todo en sus silencios. El resto del elenco está acorde a la propuesta pero quedan opacados por sus protagonistas.
La fotografía a cargo de Richard Kendrick es otro de los motivos por el cual ver The Lodgers. En su segundo proyecto juntos, el director de fotografía captó la atmósfera de este sub-género y entrega unos planos donde la oscuridad se cuela en cada rincón de esa mansión en contraste con la luz que hay cada vez que el personaje de Vega sale.
Si la historia se hubiera quedado en eso sería una obra mucho más valiosa de lo que es. Pero en su afán de querer contentar a todos el guion del debutante David Turpin comete algunos errores que le juegan en contra. Algunas situaciones que no llevan a nada y sobre todo clímax que no tiene ni pies ni cabeza parecen querer enmascarar algo que cuando se inclina por la simpleza funciona mucho mejor. A veces no es necesario volver complicada una trama simple, algo que los autores de relatos de terror góticos sabían.
Aun con esos reparos Brian O’ Malley demuestra una vez más ser un director que promete. Tal vez con el paso del tiempo entregue una obra maestra, pero por lo pronto es una nueva joven promesa del género de terror.