Luces y sombras
El realizador catalán Guillem Morales recibió enconados elogios de crítica y público con El habitante incierto, su debut en el terreno del largometraje. Gracias a estas alabanzas, y a su nominación a los Goya en 2006 como mejor director novel (el premio recayó finalmente en Tapas, de Juan Cruz y José Corbacho), Morales ha podido acometer el que hasta ahora es su proyecto más ambicioso y a la vez arriesgado, respaldado por la productora Rodar y Rodar (artífice de éxitos tan incontestables como El orfanato) y auspiciado por todo un referente en el cine de género fantástico como Guillermo del Toro.
Los ojos de Julia, su segundo film, se trata de un thriller psicológico donde una mujer que se está quedando ciega decide visitar a su hermana que ya lo está. Cuando llega se encuentra con una desagradable noticia que desencadenará toda una serie de investigaciones y quebraderos de cabeza donde nada ni nadie es lo que parece.
Morales apuesta de nuevo sobre seguro presentándonos un continuo de espacios opresivos y asfixiantes que paulatinamente se convierten en un microcosmos, que a modo de tela de araña va atrapando al espectador. Y eso es un mérito a resaltar: se convierte en un invitado más que sufre y malvive los avatares de la protagonista, una Belén Rueda ya acostumbrada a moverse entre asesinos y psicópatas.
A más de uno el film les traerá reminiscencias a El orfanato, pues no faltarán los ambientes fantasmales, mansiones tétricas y laberínticas, personajes crédulos que acabarán por pagar cara su ingenuidad y la angustiada heroína que no sabe ni por dónde le vienen los problemas. Si a esto añadimos que el director de fotografía es Óscar Faura, compañero de clase de Morales y operador del éxito de J. Bayona, la similitud entre ambos productos queda bastante demostrada.
Es de agradecer sin embargo que el director catalán nos brinde algunos de los momentos e imágenes más escalofriantes que uno ha tenido la oportunidad de ver en los últimos años, y cito dos como ejemplos: el momento en el que el asesino acerca sigilosamente la punta de un cuchillo de carnicero al ojo de Julia (sencillamente estremecedor) y aquel otro en el que el personaje al que da vida Julia Gutiérrez Caba (tan sobria en su interpretación como de costumbre) tiene un “ligero” percance con un familiar. Aparte de estos instantes de inusitado acongoje el film se pierde en muchas obviedades y arquetipos que no le hacen ningún bien.
Los increscendos que deberían llevar a la platea por el susto y el azoramiento son recibidos con muestras de hilaridad, lo que no es buena señal. Una propuesta tan oscura y zozobrante no se puede permitir un tratamiento tan plano de los personajes y unos giros de guión más propios de una comedia macabra.
Los aspectos técnicos se encuentran a años luz del planteamiento de guión. Tanto la fotografía como el montaje (a cargo de Joan Manel Vilaseca, quien ya montó El habitante incierto) son sobresalientes, Guillem mueve la cámara con una elegancia y una minuciosidad digna de los mejores directores, y sabe dotar cada secuencia de la calma y cautela que cada escena necesita. Es una pena que ese virtuosismo en el dominio del tempo no se vea acompañado de una dirección artística a la altura, aunque seguramente no habrá resultado nada sencillo mover todas las piezas actorales en unos espacios tan exigentes en cuanto a elementos técnicos se refiere.
Belén Esteban luce más atractiva y seductora que nunca (algo que el director ha confesado se había propuesto conseguir antes de empezar a rodar), mientras que los actores secundarios están tan solo correctos: un Lluis Homar que aguanta cómo puede un personaje bastante chato y un Pablo Derqui (Del amor y otros demonios) que regala algunos de los momentos interpretativos más atrayentes de la película.
De todas maneras, hay que seguirle la pista al director, quien no creo tarde mucho en saltar el Atlántico como otros realizadores de género fantástico que ya han hecho lo propio: J. Bayona, los hermanos Pastor o Luís Berdejo.
En definitiva, un film entretenido más por el afán de sus creadores para que el ritmo no decaiga que por el mismo desarrollo de la trama.