La mirada invisible
Fallido filme de terror español dirigido por Guillem Morales.
Hay instantes, terroríficos, donde lo que se asemeja casi a una parodia, de esas en las que la comedia norteamericana de los últimos diez años tienen cinturón negro, es real.
Los ojos de Julia posee un decálogo de esos momentos: en nombre de recrear terror seco, de habitaciones, de climas, sin fantasmas, pero en clave ibérica (con papá Guillermo del Toro como hado padrino), la película de Guillem Morales se convierte en un decálogo de situaciones de ésas que los que tienen, digamos, dos películas vistas, ya piensan que deberían estar en un museo. Y uno no muy divertido.
Los ojos...
no se priva de nada. Como si fuera un chico con su primer sueldo, gasta y gasta hasta quedar a cuenta (de K.O.). Primero, gemela Sara muere, ciega, gritando fuera de campo, a una figura en la sombra. Entonces, gemela Julia (las dos interpretadas por Belén Rueda con un exceso de remeras apretadas) siente que algo anda mal y comprueba –ella no, su marido- que fue un falso suicidio.
La sospecha lleva a la investigación, eje del filme. Y a saber: un viejo malo tipo dibujito Scooby Doo, montajes paralelos de muertes, subjetivas varias (que sobre- explotan la idea de la ceguera progresiva que Julia sufre), un asesino obsesivo de esos que tienen fotos de la víctima en la pared, gestos estilizados (el duelo final iluminado con flashes de cámara) y una cursilería del tamaño (literalmente) de un universo.
Quizás el mayor problema del filme sea, tonta paradoja, que Morales no sabe bien qué está viendo y, encima, progresivamente va perdiendo la vista: viene de thriller obeso en violinazos y de repente, sacando un personaje genérico del terror (por ejemplo, la vecina), muta hacía otro rincón. O introduce un villano, a la Norman Bates (mamá orate incluida), después de casi medio metraje sin ningún referente de ello. O está atado -casi cosido- a un guión que posee unas vueltas de tuerca que hacen tanto ruido como llaverito con cascabel.
El real terror, aquí, viene de creer que el cabotaje da licencia para hacer, por ejemplo, el truquito de “cambiar la taza” en serio (entre otros clichés del terror de ayer y hoy) y que nadie tiemble, de risa o de miedo (por el cine).